sábado, 2 de agosto de 2014

Farmaceuticos en Tejina (IV), las aguas de pozos y el mal de Panamá

En 1954 la Inspectora Dª Juana Quintero le traspasó su farmacia de el Ramal de Tejina a D. Antonio M. Rodríguez Acosta quien con los años se convirtió en el último  Inspector Farmacéutico Municipal del Ayuntamiento de La Laguna.

            D. Antonio Rodríguez dejó claro desde un principio su intención de mantenerse en la plaza al comprar en propiedad los terrenos colindantes a la farmacia a D.Domingo González del Castillo y la reforma inicial que le hizo a la misma que aún perdura. Pero sobre todo le ayudó en esta permanencia el haberse enamorado de una tejinera, Carmina,  a la que conoció siendo dama de las fiestas del pueblo en su primera celebración. Las propiedades que ésta heredó de su padre Marcelino le permitieron a D. Antonio desarrollar su verdadera vocación frustrada de Ingeniero Agrónomo. Toda su familia era originaria Tazacorte, paraíso del plátano, de donde le viene la denominación de bagañete a sus vecinos. Su madre enviudó cuando él sólo tenía un año, y esto le condicionó económicamente no poder estudiar lo que realmente deseaba. Orientó su formación hacia la farmacia ya que  en Laguna se había fundado en 1919 no sólo la facultad de Derecho sino también el preparatorio de Medicina y Farmacia, lo que le permitía evitar el sobrecoste de un preparatorio de ingeniería en la península, que él creía le iba a suponer varios años.  El resto de la carrera la realizó en Madrid, en la recién inaugurada sede de la Complutense, pero siempre la orientó hacia la rama vegetal, especializándose en edafología, el estudio del suelo, para lo cual dispuso de una beca que le permitió trasladarse a Suiza. Esta estancia en el extranjero le permitió dominar el alemán lo que reflejó en el cartel anunciador de la farmacia con su traducción de “Apotheke” y que durante años hizo identificar a la farmacia como tal.
La especialización en edafología le permitió afrontar con éxito el Mal de Panamá, enfermedad fúngica que afecta a al sistema vascular de la platanera dejando la veta amarilla característica y que llegó a afectar a casi al 80% de su producción. Para ello  contrarrestaba con materia orgánica el apelmazamiento de los suelos que ocasionaba el sodio de la aguas salobres con las que se regaba. Valiéndose de su puesto de vocal de análisis del Colegio Farmacéutico y de sus contactos en Madrid llegó a traer personal especializado del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) con el que formar a los agricultores de la zona. Este interés por el Mal de Panamá  propició que entablara  una gran amistad con D. Pedro Ayerra Balmuz Jefe del Servicio de Extensión Agraria. lo que a su vez le permitió  los primeros contactos con la Cooperativa Agrícola de la que veinte años después sería su presidente, desde 1983 hasta el año 2001. Su especial vinculación con el Centro Farmacéutico y los resultados que con él se obtuvieron,  le convirtieron en un  verdadero convencido del cooperativismo. Casi 40 años de vinculación, la mitad de ellos con la responsabilidad de la presidencia, de una entidad que se había fundado en 1947 bajo la presidencia de Manuel Hernández González, como transformación de un sindicato de cosecheros de tomates y que al menos para la familia  de los Hipólitos sólo fue siempre fuente de prosperidad, a diferencia de lo que le ocurrió al farmacéutico D. José Asiul.

           El 25 de marzo de 1963 se constituía en La Laguna el primer Consejo Municipal de Sanidad como réplica de las Juntas Municipales de Sanidad del siglo anterior. Tuvo como representante farmacéutico a D.Humberto Lecuona Mac-Kay que había sustituido al recientemente  fallecido D. José Rodríguez de la farmacia Asiul, como también lo había sido dos generaciones antes con la misma farmacia D. Valeriano Santos.
            La Inspección Farmacéutica requería de la presencia de laboratorio en la farmacia. Y consta con consignaciones presupuestarias propias en el ayuntamiento desde 1926 con 125 pts. Estos laboratorios fueron los responsables del control analítico del agua de consumo público que  habían tenido especial relevancia un siglo antes en el control de la epidemias de cólera morbo, enfermedad bacteriana transmitida a través del agua, que en 1883 afectó a La Laguna. Los laboratorios en 1963, estuvieron ubicados en la Farmacia Santos de la Calle la Carrera, en la Farmacia Domínguez del cruce de la Cuesta y en la farmacia de El Ramal en Tejina ya que como consta en las actas del ayuntamiento pleno  desde 1924, los núcleos poblacionales de La Cuesta y Tejina eran claves en el control del agua de consumo público.

Fueron años en que concejales tejineros especialmente activos como D. Manuel Glez. Glez. no dudaron en poner en riesgo su patrimonio abandonando sus propios negocios. Por ejemplo, D.Manuel  consiguió en esa época, que se construyese una atarjea de nueve kilómetros y medio desde el Lomo Santiago hasta la Mesa Tejina con lo cual permitía traer el agua del Portezuelo tan necesaria para los cultivos de la zona.
La lectura de las actas del ayuntamiento pleno de La Laguna dan fé de que el protagonismo político de este ramal de carreteras que es Tejina no ha estado nunca acorde con su densidad poblacional y eso se lo debemos al desinteresado trabajo de determinadas personas. D.Manuel González (Manuel Matías) al que siempre se recordará como aquel que consiguió traer con Julio “mutilado” la luz y el agua de consumo público a Tejina pese a la actitud escéptica de sus mayores, se mostró tan activo como cuatro décadas antes lo estuvo D. José Rodríguez Amador, D. Pepe Cruz, uno de los tres nombres que D. José del Castillo propuso en 1951 para las tres calles principales de Tejina. Junto al ya citado Pepe Cruz (el que trajo la luz)  se eligieron a Tomás Glez. Rivero (el comandante que se negó a disparar) y a Felipe del Castillo (el más antiguo). Estas son aquellas personas que influyeron para que con la ayuda del agua y la sorriba poder transformar un auténtico erial en un campo productivo y fértil. Mientras tanto una sociedad lagunera tan ilustrada como enrocada en su propia historia se veía incapacitada de resolver los problemas políticos de una época turbulenta como pocas han habido.
La añoranza universitaria que me ha provocado escribir estas líneas me hace opinar que frente a la descripción que magistralmente hace Alejandro Ciorarescu en el prefacio de Mi Album de José Olivera (1) de la ciudad de La Laguna del siglo XIX, la que había perdido a la Universidad Fernandina,


Una ciudad extraña y crepuscular en la que los relojes parecen que están dando las horas de los fantasmas; una laguna de  aguas muertas, de movimientos acompasados, de pasiones insignificantes, de repliegue sobre sí misma


, yo prefiera recordar la del siglo  XX, la que ya la había recuperado, y su generación del 27. Me gustaría tener la edad suficiente para hacerlo con la figura idealizada del perfecto caballero y “piojo pegado” del pueblo tejinero llamado Dr. D. Tomás Sánchez Pinto que con sombrero en mano y figura altanera solía pasearse en la Catedral entre la farmacia y la dulcería, donde todas las tardes le esperaba su copita de vino dulce, mientras Figueredo, el mancebo,  recopilaba la prensa y seleccionaba los artículos que servirían de base para las tertulias de la farmacia Asiul.