domingo, 6 de diciembre de 2015

Portugueses en Tejina, en el orígen de nuestra cultura del vino

La presencia portuguesa en Canarias es anterior incluso a la castellana. Las ocupaciones de las
conquistas castellanas en la península provocaron que se retrasase su aventura en el norte de África, y el interés mostrado por Castilla en Canarias fue precisamente para frenar la expansión portuguesa.
Cuando en 1492 se descubre américa y se ofrece a los castellanos una vía rápida de enriquecimiento y ascenso social, Canarias, a pesar de ser nudo de comunicaciones, entre tres continentes, vivió con dificultad su poblamiento. Por este motivo el adelantado se vio en la necesidad de recurrir a portugueses, tanto continentales como procedentes de otras islas ,sobre todo de Azores y Madeira. A pesar del origen judeoconverso de muchos de ellos, el adelantado les protegió de la inquisición. Uno de estos asentamientos son los que fundaron el pueblo de Tejina.
Asenjo Gómez, portugués, recibió una de las datas de agua más antiguas de Tenerife en Tejina. Procedente de Los Realejos de Taoro murió pronto, en casa de su concuño Sebastián Machado, fundador de Tacoronte. Fueron sus hijos varones Bartolomé Gómez y Hernán Gómez los que con políticas matrimoniales adecuadas, y por línea femenina, dieron lugar después de varias generaciones al apellido Suárez de Armas que prácticamente ha llegado a nuestros días. Bartolomé Gómez casó con Juana Perdomo emparentada con Antón Viejo hijo de Inés Suárez Carreño (1), conquistador. Hernán Gómez casó con María de Armas, descendiente directa de Juan Negrín y de las sucesivas  generaciones de Juan de Armas por haber sido reyes de armas de Juan II, rey de Castilla. El matrimonio en 1624 entre Bartolomé González Collazo, hijo de Ana Suárez, descendiente de Antón Viejo, con Catalina de Armas, descendiente de Juan Negrín, dio lugar al apellido Suárez de Armas, en el cual influyó la costumbre que aún se mantiene en Portugal de recuperar primero el apellido de la madre.
Procedían estos colonos del norte de Portugal fruto de la diáspora judía de Portugal como consecuencia de la política iniciada por los Reyes Católicos tras la conquista de expulsión de musulmanes y judíos que no eran convertidos. En las Cortes de Tomar, última ciudad templaria de donde procedía Asenjo Gómez, Felipe II, que fue también I de Portugal estableció, las bases para poder conseguir un equilibrio de gobierno y que consistió prácticamente en mantener dos reinos con un mismo rey. Felipe II (I de Portugal) inició de esta forma la dinastía filipina, los Habsburgo de Portugal, que continuaron Felipe III y IV, donde la macaronesia se constituyó en un mar ibérico el “Mare Clasum” (mar cerrado), con  relaciones cotidianas entre archipiélagos basadas sobre todo en la subsistencia. Mientras Cabo Verde aportaba mano de obra esclava y Azores lo hacía con su excedente de cereales, Canarias aportaba el vino. El pan y el vino fueron siempre elementos imprescindibles de nuestra  dieta. De esta influencia portuguesa nos viene el gusto por el mojo, los potajes, el bienmesabe, los huevos moles, el cabello de ángel, los dulces de calabaza, la labranza por bueyes y del cultivo de vidueños. También es portuguesa  la estructura familiar cerrada donde abuelos conviven con nietos e hijos en lo que constituye una seña de identidad del Norte de Portugal.
En época de Felipe II, la dietética tenía un criterio más holístico que en la actualidad y se incluía toda la experiencia diaria del individuo incluido aspectos morales e intelectuales. El vino podía ser  considerado como una bebida o como un alimento medicamentoso (2) y como tal se decía calientan, enfrían, humedecen o secan, mientras que cuando actúan sólo como bebida se transforman en sangre. Convenientemente diluido se utilizaba para el dolor de cabeza derivado del humor melancólico (depresiones) o simpatía del estómago y ninguno para el dolor de cabeza derivado de la embriaguez. Para la falta de memoria se recomendaba el vino tinto y para el vértigo el vino blanco. Se utilizaba en las convulsiones, odontalgias, halitosis, Para la tos se utilizaba el vino dulce, para la anorexia el vino blanco. Para las náuseas ocasionadas por una destemplanza caliente vino tinto, si la ocasionaba una destemplanza fría, vino blanco. Se utilizaba también para la disentería, para problemas de hígado, caquexia, nefrolitiasis, esterilidad etc.

Comentaba J.A. Anchieta y Alarcó sobre una epidemia que se había producido en Santa Cruz en 1700.
El fue uno [de los designados] y baxaron los médicos de esta Ciudad [de San Cristóbal de La Laguna] y cirujanos, y hicieron poner uno que había muerto aquella madrugada en una casa junto a [la ermita de] Regla; y lo abrieron y hallaron que toda la enfermedad era causa de una carnosidad que se les criaba sobre el higado; y… comenzaron a haserle esperiencias aber con que se pudiera curar, y sólo al tiempo de echarla en vino de malbacía…mudó de color y se reconosió nobedad. A partir de ese momento, aplicaron a los enfermos que vebieran vino de malbasía, con lo que sesó la epidemia”.
En sus orígenes Tejina no tenía agua suficiente para el cultivo de la caña de azúcar pero sí para el cultivo de la viña en regadío como lo demuestra la Viña Grande de Asenjo Gómez que se localizaba en el borde del barranco de las Tapias, lo que conocemos hoy como El Riego. Al principio éramos deficitarios de vino y  llegamos incluso a importarlo de Jerez pero la expansión fue rápida y pronto se necesitó mano de obra jornalera y esclava, comenzando a surgir los problemas de déficit de agua, como lo demuestran los pleitos surgidos con los agustinos por robos de agua por parte de Gonzalo González, suegro de Asenjo Gómez y tutor de sus hijos, sólo resuelto dos generaciones después cuando Inés Gónzález, hija de Gonzalo de Oporto, monja clarisa, llegó a establecer una capellanía mejorando las relaciones con los monjes.
El terreno se fue dividiendo mediante contratos de compactación por la cual los jornaleros recibían parte del terreno cultivado. Según Serra Rafolds (3)  esta aportación portuguesa y europea marcó la diferencia permitiendo que no nos convirtiésemos en una isla del azúcar, de plantadores y esclavos como aconteció en las Antillas. Este campesinado orgulloso de su pequeña hacienda, rehusando el trabajo asalariado y ayudándose unos a otros dio dignidad colectiva a la población rural.
Tres apellidos al que me unen lazos familiares, ejemplifican las relaciones comerciales y culturales de entonces. Los Hernández, descendientes de los Hernández Crespo de Sanlúcar de Barrameda, los Alejos descendientes de los De Vera de Jerez de la Frontera y los González y Suárez descendientes de los Gómez, procedentes del norte de Portugal representan un triángulo comercial entre Canarias, la baja Andalucía y el norte de Portugal basada en la comercialización del principal producto de exportación, el vino de regadío que entonces era el mejor valorado, como hoy en día nos lo recuerda el valle del Douro, el del río Duero a su paso por Portugal.
Como hoy sabemos este vino de regadío tiene el problema de la baja graduación alcohólica para un producto que iba sufrir largas travesías para américa. Este problema se resolvió con la utilización  yeso (sulfato cálcico) que pronto tuvo que ser restringido por razones sanitarias por su transformación en ácido sulfúrico.

Para Tejina esta primera época de asentamiento poblacional fue de expansión económica gracias a las transacciones comerciales a Brasil y Portugal, sólo truncada por las relaciones internacionales cuando en 1640 se rompe la unidad entre los reinos de Portugal y Castilla. Viera y Clavijo lo dejaba claro cuando manifestaba “Golpe tan feliz de la Madera, como infausto para las Canarias”. Se producía la primera gran crisis y veinte años después se fundaba en Tejina el Arca de la Misericordia, la Alhóndiga, como tabla de salvación para la población y en donde destaca la aportación de dos militares, con apellidos portugueses, y entre sí familiares, cuya descendencia está actualmente presente en Tejina,  Melchor Bello Cabral, alcalde en 1638, y Francisco Suárez de Armas, responsable de los embarcaderos de Bajamar y Punta del Hidalgo.

REFERENCIAS:
1.- J.L.Machado. Libro de poblamiento de Canarias.
2.- J.P. Hernández González. Los vinos españoles en el Liber de arte medendi (1564) de Cristóbal de Vega (1510-1573)1. Nutr. Hosp. (2005) XX (1) 58-6

3.- Serra Ráfolds.- “Anuario de Estudios Medievales”, Barcelona, 1968, pp. 409-429


miércoles, 21 de octubre de 2015

Ilustrados en Tejina

A medida que pasan los años, vamos tomando conciencia de la importancia que tiene nuestra memoria; y el envejecimiento de la población no hace otra cosa que recordárnoslo. Narrar la historia de lo cotidiano exige indagar en la de nuestros ancestros, leyendo entre líneas y buscando la letra pequeña. Cuando me encontré hojeando el testamento de Gregorio Suárez (primer licenciado de este pueblo y, probablemente, el más ilustre personaje que este ha dado), nunca tuve la sensación de estar invadiendo su intimidad sino que, al contrario, me encontré investigando la vida de alguien que pedía a gritos que le sacaran del ostracismo al que la historia le había relegado.
Esto es lo que realmente persigue la recuperación de la memoria histórica de un pueblo; aquel que, por pura salud, necesita saber enfrentarse con su pasado. Este pasado, en muchos casos, está tergiversado porque siempre es narrado por parte de los que han vencido. La memoria histórica no tiene color, nunca debería tener fecha de entrada en vigor ni, por supuesto, de caducidad; pues esta se vuelve añeja con el paso del tiempo.
Muchas de estas cuestiones debió plantearse José Trujillo Cabrera (1897-1977) cuando, hace justo sesenta años, la comisión de fiestas de Julián Hipólito, a través de Salvador González[1], le solicitó que fuese el primer mantenedor de la Fiesta de Arte de Tejina. Este cura era un gran conocedor de la historia del pueblo y le hizo el trabajo de campo a Leopoldo de la Rosa Olivera, con quien publicó en la Revista de Historia el artículo más referenciado sobre Tejina: «Noticias historias de la Parroquia de San Bartolomé de Tejina»[2].
Don José Trujillo era un cura gomero e ilustrado que fue párroco de Tejina en los duros años de la posguerra (1941-1948) y que llegó a ser arcipreste de la Catedral. A él le debemos la ampliación de la iglesia (que actualmente está sufriendo los achaques del paso del tiempo con la aluminosis presente en la torre del campanario). Este cura se estableció el objetivo de recuperar la memoria histórica de un paisano suyo, el franciscano Antonio José Ruiz de Padrón al que, ciento cincuenta años antes, le había tocado vivir el periodo de cambio entre la Ilustración y el Romanticismo (la misma época en la que nos visitó otro gran ilustrado, Sabino Berthelot, el aventurero naturista que terminó afincándose en nuestras islas).
Sabino Berthelot, en su quinta miscelánea, nos describió su excursión por los montes de Anaga y su paso por Tejina. De este modo nos pudo dar muestras de los hábitos alimenticios: el ron que había suplantado a la parra y el gofio como sustituto al pan, que se reservaba para las clases más pudientes. Además, identificó plantas como el tomillo (Thynus tenriffae) o el cardón (Euphorbia canariensis) con las que, posteriormente, elaboró unas láminas de una calidad sorprendente dado que fueron remitidas a los mejores grabadores europeos que existían en la época[3].
Cuando Sabino Berthelot llegó a Tejina, pernoctó en casa de Juan Machado y contactó con el cura del pueblo, José Nicolás de León. Pese a su anticlericalismo liberal, Berthelot sabía reconocer el papel que estos curas rurales estaban desarrollando en la formación de los vecinos. Valoró el carácter abierto del párroco y su implicación social en esta época de revoluciones; nada que ver con los que, unos años después, traería el Absolutismo. No dudaba por ello en opinar que:

«El cura del pueblo es el árbitro soberano del lugar: su palabra es inapelable, su voluntad es casi absoluta, sus juicios infalibles:¡El cura lo ha dicho!, es artículo de fe. Abogado de todas las causas, árbitro de todas las discusiones, a él se le consulta antes que a nadie y todo el mundo acata sus decisiones. El cura es generalmente el consejero del alcalde, quien reclama siempre su opinión en las cuestiones graves y difíciles».

Por Tejina han pasado exactamente cincuenta curas desde que ─hace algo más de quinientos años─
castellanos, portugueses, genoveses y flamencos, sobre todo, procedieron a la conquista y el poblamiento de esta isla. En su equinoccio, hace unos doscientos cincuenta años, se produjo en Europa un cambio social y cultural sin igual que requirió de la participación activa de este clero, tal y como nos recuerda el máximo exponente canario, el realejero y arcediano de Fuerteventura, José Viera y Clavijo. Tuvo lugar por ese entonces un cambio en la mentalidad que muchos consideran que fue lo que permitió alcanzar la verdadera madurez del ser humano. Ante el fanatismo, se imponía la duda, y el uso de la razón dio lugar al Siglo de las Luces.
En Europa se considera que la Ilustración concluyó con la Revolución Francesa (en España, en cambio, se mantuvo hasta el siglo xix) y los clásicos, que reaparecieron con el Renacimiento, adquirieron más protagonismo. En España este cambio también se produjo y el Régimen absolutista, ya decadente, dio paso al Régimen constitucional de las Cortes de Cádiz de 1812. A esta época se le considera la Edad de Oro de la cultura canaria, ya que el Renacimiento lo vivimos en plena conquista.
Una de las referencias más antiguas que tenemos de las fiestas de Tejina nos la ofreció uno de estos ilustrados, vecino de Valle Guerra, Juan Primo de la Guerray del Hoyo (1775-1810), iii Vizconde del Buen Paso y tío de otro vecino de Tejina llamado Juan Machado Dapelo, quien había retornado de las Américas, donde había muerto su padre, Gonzalo Machado de la Guerra.
Vivía Juan Machado en la casa que conocíamos en Tejina como la casa del Manisero, en la que, posteriormente, también vivieron Gregorio Suárez y Tomás González Rivero y donde pernoctó Sabino Berthelot. Juan Primo de la Guerra era, a su vez, hijo, sobrino y nieto de los ilustrados que dieron origen a la Tertulia de Nava. De las fiestas de Tejina comentaba, pues, que tenía una librea similar a la de otros pueblos, consistente en ofrendas a san Bartolomé desde los barcos, pero embellecida ese año con la presencia física del Regimiento de Ultonia (unos mercenarios irlandeses que vinieron con Cagigal, el Capitán General en Canarias en el momento de la invasión napoleónica).
Juan Primo de la Guerra[4] fue un personaje controvertido e ilustrado, como le correspondía a todo aristócrata tradicionalista interesado por las nuevas tendencias. En cierta medida, algo heredó de su abuelo, el primer Vizconde, quien también era Marqués de San Andrés y Siete Fuentes. Ambos fueron encarcelados en Paso Alto por cuestiones de amor.
Cristóbal del Hoyo (1677-1762)[5], su abuelo, había nacido en Tazacorte, de donde era su madre (Ana Jacinta de Sotomayor), mientras que su padre era de Garachico (Gaspar del Hoyo). La educación aristócrata de este preilustrado le hizo vivir en diferentes puertos y ciudades, como Madrid, Lisboa o París. Una vida viajera y azarosa que llegó a encandilar al joven Viera y Clavijo, miembro también de la Tertulia de Nava.
La aristocracia rural canaria era la que realmente tenía poder adquisitivo para permitirse esta
educación, y no dudó en formarse en las mejores universidades europeas ─ya Paracelso, uno de los padres de la Farmacia, sentenciaba que el espíritu viajero era condición imprescindible para una adecuada formación─. Universidades como Salamanca, Alcalá, Sigüenza, Sevilla, Montpellier, París o Edimburgo fueron frecuentadas por los mismos, quienes incluso llegaron a ocupar puestos de responsabilidad, como fue el caso de Amaro González de Mesa que llegó a ser rector de la Universidad de Salamanca.
En Canarias, el primer embrión universitario fue llevado a cabo por los dominicos, pero fueron los agustinos los agraciados con la concesión para impartir la formación superior en Canarias. Esto ocasionó una competencia total por parte de los primeros, lo que provocó que, solo tres años después de su apertura  Fernando vii ordenase la supresión de la Universidad Eclesiástica de La Laguna y se abriera en su lugar el Seminario Conciliar de Las Palmas en atención a ser la sede catedralicia. Esto explica que el clero de finales del siglo xviii y principios del xix produjese un gran número de ilustrados. La influencia de los obispos Tavira y Verdugo, titulares de la mitra de Canarias, se dejó sentir. El Seminario Conciliar de Las Palmas tuvo en sus aulas a figuras como don Pedro Gordillo, don Juan Casañas de Frías, don Graciliano Afonso y don José Viera y Clavijo. Muchos actuaron en política caracterizándose por un liberalismo más o menos exaltado y por sus ideas avanzadas. Por ejemplo, tres de los cuatro diputados doceañistas canarios pertenecían al clero. Así, mientras que Key era un absolutista y Gordillo un romántico exaltado, Antonio José Ruiz de Padrón (1757-1823) fue un ilustrado.
José Trujillo Cabrera se encargó de biografiar a este paisano suyo a quien la historia había maltratado[6]. A este fraile franciscano las inclemencias del tiempo le hicieron arribar en las costas de Pensilvania en lugar de en su destino, que era la isla de Cuba, y fue tratado de ignorante, hereje y mal español cuando, en realidad, llegó a predicar sobre la tolerancia y en contra la Inquisición en tierras americanas e, incluso, entabló amistad con Benjamín Franklin y participó en sus tertulias.
Este fraile gomero, cuya única formación la recibió de manos de los franciscanos de la plaza de San Francisco (en El Cristo), participó directa y activamente en tierras gallegas en la Guerra de la Independencia en contra del invasor. Su carácter liberal le ocasionó ser un claro antijesuita lo que, probablemente, la historia no le perdonó.
Como decía el propio Gregorio Marañón, los jesuitas eran entonces lo mejor del clero y de la vida cultural española. Esto contrasta hoy en día con un papa jesuita que adquiere el nombre de Francisco pero, entonces, todos los liberales, ilustrados y exaltados eran claramente antijesuitas.
Esta influencia del seminario conciliar de Las Palmas también se hizo notar en el clero que ejerció en Tejina. A comienzos del siglo xix fueron párrocos de Tejina los hermanos Quintero y Estévez. José de la Concepción Quintero y Estévez fue condiscípulo de Juan Primo de la Guerra en clases de Gramática. Fue párroco de Tejina en 1802 y a este le continuó su hermano, Santiago Raymond. José Quintero fue el que nos trajo desde Las Palmas la imagen de la Dolorosa, que se atribuye a Luján; así como el coro y su sillería, una cesión de la Catedral que bien podría justificar el origen de la afición musical de Tejina.
A José de la Concepción Quintero y Estévez se le reconoce otro mérito principal, el de ser el
introductor de la cochinilla en Canarias. Este cultivo tuvo una especial vigencia en Tejina, sobre todo en las parcelas de regadío de Arico cultivadas de nopales por Gregorio Suárez en su mejor momento. La importancia de la cochinilla fue de tal calibre que veinticinco años después de su introducción ya se discutía acaloradamente en la prensa sobre quién debería recibir los honores de su descubrimiento.
El boticario y alcalde lagunero Leodegario Santos narraba en La Aurora este debate. Parece ser que en la época los méritos los recibió un cirujano militar llamado Santiago de la Cruz que fue su cultivador y propagador. Consta allí cómo se lo transmitió a Villavicencio, boticario de origen lagunero ejerciente en Las Palmas, olvidando que fue José de la Concepción Quintero Estévez quien trajo la penca infectada del insecto desde Cádiz. Como también fue el introductor de otras plantas como el aguacate, para lo que le hacían llegar semillas de La Habana de vainilla, carmita, carmitos, tamarindo, árbol encarnado, árbol grande de haba encarnada, zapote, mamones o mamey, entre otras[7].
José Quintero, al dejar Tejina, se trasladó a la parroquia de Los Remedios en La Laguna, y allí tuvo una gran implicación en la Real Sociedad Económica Amigos del País de Tenerife, de la que se convirtió en su onceavo presidente. En sus últimos años, fue pieza clave en el mantenimiento del Jardín Botánico de aclimatación de la Orotava, creado en 1788, tres meses antes de morir Carlos iii, y en el que tanto influyó Antonio Porlier y Sopranis[8], Ministro de Justicia y Gracia y Marqués de Bajamar.
Este apellido, que nos suena tanto en Tejina, junto con otro que también nos es familiar, el de Juan Tabares Roo, fueron los responsables de rescatar nuevamente la Universidad para La Laguna en 1792. Sin embargo, la invasión francesa hizo que esta época no fuese propicia y el obispo Tavira, amigo personal de Porlier, no supo agilizar los trámites administrativos de la que se llegó a llamar «Universidad Literaria Canaria». Se tuvo que esperar a 1816 para que, en época de Fernando vii, abriese sus puertas la que se llamó «Universidad de San Fernando de La Laguna», como refundación de la anterior.
Nuevamente, esta universidad solo duró treinta años, los suficientes para que en sus aulas se formase a los primeros licenciados contemporáneos de La Laguna, entre ellos el primer licenciado tejinero: Gregorio Suárez de Armas y Morales. Este fue alcalde de La Laguna, Diputado Provincial, Diputado a Cortes en varias ocasiones y Senador Real, y fue condecorado en sus últimos años con la medalla de Isabel la Católica por su joven participación en la defensa de la segunda invasión francesa, la de los Cien mil hijos de San Luis.
Gregorio Suárez es el mejor ejemplo del ascenso de la burguesía rural en esta época ilustrada. La pregunta que surge a raíz de esto es la de cómo pudo haber sido su formación inicial en Tejina en unos momentos en los que solo existían dos escuelas en Tenerife, una en La Laguna y otra en la Orotava.
Esta dotación escolar contrastaba con el medio centenar de cenobios que existían en Canarias como herencia de un medievo que había concentrado el saber en los monasterios. Nuevamente, el formador de las primera letras de Gregorio Suárez fue, probablemente, otro cura con experiencia docente contrastada; en esta ocasión, el prior del convento de San Agustín de Tacoronte al que las políticas de desamortización le habían obligado a secularizarse convirtiéndose en el cura párroco de Tejina coetáneo de Antonio Pereira y Pacheco, quien entonces lo era de Tegueste.
A este cura, José Nicolás de León, le debemos la construcción del cementerio y el establecimiento de las bases de la primera escuela de Tejina, cuyo nombramiento oficial le correspondió a su sucesor, Juan Espinosa y Salas. A José Nicolás le acompañaba un sorchantre tacorontero afincado en Tejina llamado José Antonio Suárez Delgado, que solía hacer de fe de fechos (secretario), tanto de la Alhóndiga como del Ayuntamiento.
Si era difícil encontrar a alguien que supiera leer y escribir, mucho más lo era que tuviese conocimientos musicales. Pues en esa época existían en toda Canarias tan solo treinta y seis escuelas de niños y dieciséis de niñas, lo que consiguió reducir el 80 % de analfabetismo que existía en Canarias a un 70 %. La dotación que existía en Canarias era un tercio de la media del resto del territorio nacional, que ya era de por sí muy precaria. En esa misma época, nacía en Tejina una niña (hija de la sacristana Juliana Farias y de José Espinosa) a la que llamaron Concepción y que, diecinueve años después, se convertiría en la primera maestra para niñas de Tejina.
Por ese entonces, actuaba como párroco don Fausto, Eduardo Fausto de Mesa (1827-1904), quien
procedía de Arafo y estuvo vinculado con Tejina cerca de cuarenta años, hasta prácticamente su muerte. Don Fausto, que estaba dotado de un carácter muy singular, había obtenido su plaza por oposición antes incluso de ser ordenado sacerdote, y siempre mantuvo contacto con su pueblo natal. Al igual que lo hizo José Nicolás, don Fausto se hizo acompañar de otro paisano, José Quintero, conocido en Tejina como «Pepe el Sochantre» que casó con Concepción y de cuyo matrimonio nació María Dolores Quintero Farias. Como bien recuerdan los más viejos de Tejina, fue su madre, Concepción Espinosa Farias, la que sacó del analfabetismo a la mayoría de residentes de Tejina, quienes disfrutaban de una dotación muy precaria pero superior a la que se disponía en otros pueblos.
 Fue la política de Carlos iv, a través del corregidor Bernard un siglo antes, la que había comunicado a los sesenta núcleos docentes de Canarias, entre ellos a Tejina, su intención de que la financiación de la educación estuviese a cargo de las ganancias anuales del fondo de las alhóndigas, como la que en ese momento se disponía en Tejina[9].
Como vemos, la presencia ilustrada en Tejina no fue ni mucho menos escasa, todo lo contrario, y esto produjo sus frutos. El argumento que siempre nos han transmitido sobre la pérdida de nuestra identidad como ayuntamiento, en base a la inexistencia de personas que supiesen leer y escribir, es falso y requiere ser contextualizado. En ese momento se pasaba de un régimen absolutista a otro constitucional en el que solo votaban los grandes hacendados. La Revolución Francesa había extendido entre las clases más pudientes el temor de que las clases populares obtuviesen el poder. El sufragio universal solo se consiguió varias décadas después, y se utilizó al analfabetismo (que alcanzaba al 80 % de la población canaria) como principal argumento para no permitir que estas clases menos pudientes alcanzaran el poder. La crisis política de este siglo xix ─con las continuas revoluciones y alternancias en el poder─ y sobre todo la económica, con la emigración a América, hicieron el resto.
Se requiere más investigación sobre un siglo tan complicado como lo fue el xix para saber si Gregorio Suárez realmente fue héroe o villano de su propio pueblo. En cuanto a su forma de sentir, siempre me he inclinado a recordar que fue en sus casas de Tejina donde quisieron morir personas como Adolfo González Rivero, su hermano mayor, Tomás, y el mismo Gregorio Suárez de Armas y Morales. Tres generaciones familiares de políticos iniciadas dos generaciones antes por Juan Machado Dapelo, regidor de La Laguna y miembro de la Junta Militar de Moreno.
El nuevo régimen estaba dando origen a los partidos políticos tal y como hoy los entendemos. Hasta entonces, no existían partidos sino personas, de igual forma que en la Edad Media no se servían a naciones sino a reyes, y este era terreno abonado para que surgiera la figura del cacique. Esta mentalidad nos puede parecer hoy en día obsoleta pero, en aquel entonces, el enemigo que había que batir era el Absolutismo. Hoy, en cambio, debatimos lo contrario; se reivindican listas abiertas porque queremos reconocer a quién votamos, porque ya somos conscientes de que el espíritu caciquil puede presentarse con diferentes rostros.
La primera República, la que llegó tras «La Gloriosa», se formó sin republicanos porque todavía no existían, solo existían liberales, más o menos exaltados, que fueron evolucionando tomando las ideas de Libertad, Igualdad y Fraternidad de la Revolución Francesa. Dichas ideas tuvieron una evolución vertiginosa en los años treinta y cuarenta del siglo xix; los años en los que se formó políticamente Gregorio Suárez, en los albores de los partidos políticos.





referencias:
[1] Ruiz, M.J. y Hernández, G. Fiesta de San Bartolomé de Tejina, (1997), pág. 62.
[2] Leopoldo de la Rosa Olivera. Noticias Históricas de la Parroquia de San Bartolomé de Tejina. Revista de Historia, abril-junio 1943, nº 62, págs. 85-98.
[3] Parker-Webb y Sabino Berthelot, Historia Natural de las Islas Canarias, Tomo II, 2ª parte.
[4] Primo de la Guerra, J. Diario 1808-1810.
[5] Hernández González, M.A., Biografía del Vizconde del Buen Paso, (1989).
[6] Trujillo Cabrera, C., Mi don Antonio José Ruiz de Padrón, Santa Cruz de Tenerife, (1971).
[7] Machado, J.L., El Real Jardín Botánico de Aclimatación de la Orotava en sus fuentes documentales, (1839), pág. 240.
[8] Historia del Jardín Botánico de la Orotava, (1880). Gabinete Científico de Santa Cruz.
[9] Santos José y Vega Ana, Documentos para la escolarización en Canarias. Tenerife en 1790, (2009).

viernes, 25 de septiembre de 2015

Piedra y madera


Palabras como «cambullón», «carvallo» o «sorimba» nos recuerdan nuestros orígenes portugueses. Forman parte de nuestro patrimonio intangible. Utilizando una expresión enológica, la palabra «sorimba» siempre me pareció una palabra redonda. La primera vez que la escuché no me percaté de que yo utilizaba una variante de la misma, «sorumba», en una de sus tres acepciones, la de  'persona aturdida'.
Cada mañana contemplo cómo vacían una casona lagunera. Mantienen intacta sus paredes exteriores, su piel, pero le quitan su alma. No sé si los responsables saben que esta casona (ubicada en la calle de San Agustín en el cruce con Juan de Vera) fue la vivienda del último boticario, Antonio de Castro y Peraza, y que, probablemente, también fue la primera que utilizó el médico cordobés, Manuel de Ossuna, cuando llegó a La Laguna el primero de su apellido. En una ciudad Patrimonio de la Humanidad transforman una vivienda, que tiene una singular vinculación con Tejina, en un conjunto de piedras sin alma.
La calle Juan de Vera (que debe su nombre al cirujano Juan Martínez de Vera) da salida a la ciudad a través de la cruz de madera de los herreros y comunica con la carretera de Gregorio Suárez. A través de esa carretera (que siempre se llamó, por eso, «de Tejina») se llegaba a las canteras de Pedro Álvarez o a las del Pico Bermejo, de donde se extraían las piedras necesarias. Al final de la misma, existía otra construcción perteneciente a los De Vera de Tejina, descendientes de Diego de Vera, hermano de Pedro de Vera, conquistador de Gran Canaria. Tomás Martín González Rodríguez, conocido como Tomás González Alejos, era bisnieto de Alejo Rodríguez de Vera, quien casó con Josefa Suárez Delgado. Tomás era el tío de Alejos Sebastián González González y el abuelo materno de mi bisabuelo Matías. Vivía en la casa que conocemos en Tejina como «la casa del Obispo» porque pertenecía a una capellanía de don Jerónimo Mora, canónigo de la catedral de Las Palmas. Tomás González Alejos vivía allí junto con su mujer, María del Carmen Melián Alonso, sus siete hijos (Sebastián, José, Tomás, Juana, Gregorio, Nicolás y Elvira) y su nieto Francisco ─al que, luego, en Tejina conoceríamos como Pancho González, el constructor de la represa─. Pero, demostrando una falta de sensibilidad patrimonial más acorde de otros tiempos, este icono de la arquitectura rural Canaria fue derruido para construir el Complejo Parroquial.
Mientras tanto, en el otro extremo de la vía, en La Laguna, en esta época de revoluciones isabelinas, vivía el hijo del boticario Sebastián Castro y Cámara, compañero universitario de Gregorio Suárez y suegro del Inspector Farmacéutico Municipal de la calle de Herradores, Sebastián Álvarez Escobar (1861-1936). Don Chano Álvarez, como se le conocía en La Laguna, utilizó su experiencia docente como profesor de Física y Química en el entonces llamado Instituto de Canarias para tecnificar las tertulias de rebotica, convirtiendo su farmacia en un verdadero centro intelectual de La Laguna de este cambio de siglo, coincidiendo con los inicios de la reapertura de la Universidad de La Laguna y nutriéndose, por ello, de sus primeros docentes. Personajes como los poetas José Tabares Bartlett, Antonio Zerolo Herrera o José Hernández Amador, fundador y primer presidente del Ateneo de La Laguna, frecuentaban su tertulia (1).
Tuvo don Chano, entre sus doce hijos, una fructífera descendencia universitaria, tres farmacéuticos, tres médicos, un abogado y dos maestros. Sus hijos José y Sebastián llegaron a ser contertulios de Miguel de Unamuno en Barcelona cuando este iniciaba su carrera literaria y con él intercambiaron incluso correspondencia. Otro de sus hijos, Luis Álvarez Castro, fue el médico que nunca quiso venir a Tejina pese a la insistencia del pleno; en su lugar, con el tiempo, vino Fernando Reig, que residía en Tegueste. Esta ausencia de médico pocos años después de la epidemia de gripe de 1918 (la mal llamada «gripe española») fue el aspecto más reivindicado por Adolfo González Rivero para requerir la segregación de Tejina del Ayuntamiento de La Laguna.
La frialdad de las piedras siempre fue compensada con la calidez de la madera. Pese a lo que se cree, el uso de maderas como el barbusano o el viñátigo fueron rápidamente restringidas. El apartado número 25 del primer Libro de plenos del Concejo (celebrado el 28 de enero de 1498) exigía claramente la licencia que tenía que conceder Jerónimo Valdés para autorizar la tala de pinos y la multa de 600 maravedíes si no se solicitaba. Las antiguas ordenanzas especificaban el grosor del árbol que se podía talar y establecían que, por cada pino talado, se tenían que plantar otros diez. Jerónimo Valdés era el lugarteniente del adelantado Alonso Fernández de Lugo y cuñado de Daniel Álvarez, suegro de Bartolomé Gómez, alguacil de Tejina en estos primeros momentos de su poblamiento.
Prueba de estas restricciones también es el expediente que se conserva en el Ayuntamiento de La Laguna por el cual, Martín Alejos, tío de Tomás, solicitaba autorización del Cabildo en 1824 junto a José Rojas y Agustín Hernández para proceder a la tala de pinos, con el fin de obtener la tea necesaria para la construcción de sus casas. Esta madera se talaba en Santiago del Teide y, a través del mar, la introducían por Jover. Esta cultura maderera también nos une a los portugueses, como nos lo recuerda el puerto de La Madera, entre el Pris y Mesa del Mar, por donde en Tacoronte la arribaban. En La Madera existe un topónimo, «Punta del Garajao», en recuerdo a un ave parecida a la pardela y, en la bahía de Funchal en la isla de Madeira, existe otro saliente rocoso con el mismo nombre (2). De los portugueses heredamos la tecnología de la conducción de agua basada en troncos de barbusano que eran previamente vaciados o la utilización de toneles de roble o carvallo que se importaban del norte de Portugal.
Desde antiguo se valoró la calidad de la madera canaria. En 1583 el inglés Thomas Nichols comentaba: (3)
«[…]algo más abajo (de la cumbre y zona fría de la misma) se hayan árboles grandes llamados “viñátigos” que son extremadamente pesados y no pudren en ninguna agua aunque queden en ella mil años. Hay otro árbol llamado “barbusano” de igual calidad con muchas sabinas y pinos. Y por debajo de esta clase de árboles hay bosques de laureles, de diez y doce millas de largo…».
Fray Alonso de Espinosa en 1591 citaba otros árboles como acebuches, lentiscos, sabinas, barbuncos, tiles, palos blancos, viñátigos o escobones (4). El adelantado Fernández de Lugo ya las utilizó para las construcciones de embarcaciones que le llevaron en sus aventuras por Berbería. Leonardo Torriani también describía el tamaño de estos árboles que permitían la construcción de iglesias sin tener que hacer empalmes o nudos entre sus vigas. De igual importancia eran los derivados de esta industria maderera como la pez (obtenida por combustión de la madera), tan necesaria para calafatear las embarcaciones.
La laurisilva, nuestro monteverde, es una auténtica joya botánica. Es un paleobosque mediterráneo; los vientos Alisios y su humedad han permitido su conservación en este rincón
atlántico que se llama Macaronesia. El viñátigo (Persea indica), símbolo de la isla de la Gomera y, sobre todo, el barbusano (Apollonias barbujana), conocido como el ébano de Canarias por su color oscuro, fueron las maderas más apreciadas desde los orígenes. Pese a las restricciones, un ecologista y conservacionista muy temprano, llamado nada menos que Viera y Clavijo (5), decía del barbusano que:
«[…] las continuas cortas de un árbol tan precioso, el daño de los ganados en las nacencias, el increíble descuido en replantarlo anuncian ya muy próxima su total extinción en nuestros bosques, con descréditos de sus naturales y excración de las generaciones futuras».
Walter Gropius (arquitecto vanguardista especializado en nuevos materiales) no dudaba al
defender la arquitectura funcional manifestar que la tendencia a crear formas nuevas no es contraria a la tradición. Tradición y radicalismo los consideraba perfectamente compatibles. Comentaba que la tradición no debe desdeñarse puesto que nos da la experiencia de nuestros antecesores a la que nosotros añadimos lo vivo, lo actual. La savia de la vida nos la da los contrastes, pero esta no debe consistir en diferenciar lo nuevo de lo antiguo, sino en la sabia integración de ambos. Esto me recuerda a la invención del piano, un instrumento hecho de cuerdas y madera que, en su momento, se consideró vanguardista y perfecto. Su acrónimo, el pianoforte, lo describe todo e integra a la perfección lo suave de pianísimo con el estruendo de lo forte. Al igual que le ocurre al pianoforte, la madera le da a la vivienda la templanza requerida para poder escuchar el alma de la piedra.
«Sorimba» procede del portugués «sorumbático», palabra que, con el significado de 'melancólico', las idas y venidas de America la fueron transformando. Yo quisiera creer que fue la melancolía del indiano (con el recuerdo de los vientos Alisios que le permitían el retorno) la que le dio su tercer significado de 'lluvia fina y con viento' que, junto a la niebla de Nivaria, crearon el ambiente necesario para mantener este bosque primitivo y autóctono, muy apetecido para la aventura americana.

REFERENCIAS:
(1) Alfonso Morales y Morales, Discurso de clausura del Instituto de Estudios Canarios, 1984.
(2) Nicolás Pérez García. «Tacoronte, noticias del siglo XVIII». El Día (20 de marzo de 2015).
(3) A. Ciaranescu, Thomas Nichols,  p. 112.
(4) Fray Alonso de Espinosa. Historia de Nuestra Señora de Candelaria, Santa Cruz de Tenerife, 1967, p. 29.

(5) José de Viera y Clavijo. Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias.