viernes, 16 de diciembre de 2016

El orígen divino de las plantas, el cultivo de la grana




           
El estallido de color que debieron contemplar los primeros europeos al llegar a tierras americanas debió ser tan impactante como lo es hoy. Tras el oro y la plata los europeos se fijaron en este colorido y se interesaron por su obtención. Hoy en día nos impacta todavía la espectacularidad de los festejos relacionados con la muerte en contraste con la  solemnidad con la que  lo hacemos nosotros. Aspecto manifiestamente presente, aún a día hoy, en las festividades del Corpus, la celebración más antigua y la idónea para evangelizar con el Dios sol representando al Santísimo Sacramento a la cabecera de la comitiva. Canarias fue paso obligado para el descubrimiento del nuevo mundo, un descubrimiento que nos influyó, aunque no de igual manera, tanto a la ida como a la vuelta. Si Canarias fue ,con la orchilla,  para los romanos una fuente para el color púrpura, su influencia en el siglo XIX con el rojo de la grana y el azul índigo de orígen americano  no fue inferior.
A ambos lados del atlántico el color rojo tuvo un marcado valor ceremonial tal y como lo atestiguan los rituales mayas o el sagrado corazón de Jesús que se encargaron los jesuítas de difundir. Aspectos que vivimos con mayor presencia los estados frontera como el nuestro y que nos resistimos a perder.


Un símbolo tan emblemático para nuestro pueblo como es el corazón lo tenemos en Tejina desde tiempos muy tempranos cuando los Agustinos portugueses cofundadores de Tejina, fieles a su lema, trajeron al barranco de la Misericordia, el actual barranco Aguas de Dios.  Fueron también los agustinos los que establecieron la tradición del Viernes de Dolores.  El corazón agustino viene a representar el amor completo consumido por el fuego y atravesado por el dolor de la pasión de Jesucristo. El apartado tercero de la Reglade San Agustín establece

“En primer término ya que con este fin os habéis congregado en comunidad, vivid en la casa unánimes tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios”

En la época de la revolución francesa fue símbolo de la contrarreforma de los chuanes (realistas frente a republicanos) que se hicieron fuertes en el sur de francia en la misma zona de donde partieron los 100.000 hijos de San Luis con O´Donell entre sus filas. Para los canarios fue nuestra época dorada de la cultura pero para la sociedad en general  fue un auténtico espejismo ilustrado.




El empuje propiciado por el Rey Ilustrado Carlos III con las Reales Sociedades Económicas Amigos del País (RSEAP) había permitido a finales del siglo XVIII reducir el analfabetismo de un 80 a un 70% pero las políticas desamortizadoras destruyeron la única estructura educativa de la que se disponía, la del clero regular. En el censo de 1860 el porcentaje de analfabetismo se superó a sí mismo llegando a alcanzar el 89,99 % de la población (1). La elevada tasa de natalidad que pretendía compensar las defunciones de los menores, junto con las mejoras sanitarias en el control de las enfermedades permitió un paulatino aumento de la población. Esta población se encontró con una crisis derivada de los bajos precios del vino, la desaparición de la orchilla y la barrilla y finalmente la hambruna que provocó la sequía y las plagas. Esto propició una emigración masiva que afectó inclusive a  propietarios como fue el caso en Tejina de los hijos de Manuel Antonio y de Tomás González Alejos (Bartolomé y Tomás) los vecinos que vivían detrás de la Iglesia.
A principios del siglo XIX un cultivo parecía que podría ser el revulsivo que la sociedad canaria requería, la cochinilla, parásito de los nopales con el que se obtenía otro colorante rojo, la grana que debe su nombre, y los variantes como el granate, a que en los comienzos no se sabía si se trataba de vegetal, animal o mineral. La primera referencia científica data de 1525. En 1666 el naturista P.Plumier demostró en laboratorio su orígen animal y en 1756 Charles Lenné en su obra Sistema Natural le asigna el nombre científico de Cactus cacti (2).




La cultura canaria siempre estuvo muy vinculada a los colores como nos lo muestra el topónimo Bermejo que nos toca muy de cerca. Tiene su origen etimológico en el latín medieval vermiculus (cochinilla de carmín) o gusanillo minúsculo. También tiene el mismo orígen su versión francesa Bermellón o el castellano carmesí después de la influencia árabe.
La primera referencia que se tiene sobre el interés que podía suscitar para canarias el cultivo de la cochinilla se le debe a Sabino Berthelot en 1822 (3), pero al que se tiene como verdadero introductor de la cochinilla fue a un párroco José de la Concepción Quintero y Estévez que ejerció en Tejina a comienzos del siglo XIX. Fue este cura el que trajo la penca infectada desde Cádiz  y propagado en 1828 por el cirujano Santiago de la Cruz y por el teniente coronel Juan de Megliorini quienes a su vez se lo hicieron llegar a boticario lagunero ejerciente en Las Palmas Villavicencio. La mejor calidad de la cochinilla sobre el pigmento rojo de Turquía, el desarrollo de la industria textil en Inglaterra con la moda de las nuevas vestimentas como el chaleco carmesí y la fácil adaptación del cultivo hizo que este cultivo sorteara las primeras reticencias de los agricultores y se propagara con rapidez (4). De esta manera Manuel Ossuna Saviñón escribía en 1846 en “Apuntaciones  sobre el cultivo del nopal y cría de la cochinilla en las Canarias” (5)



un movimiento general, como si fuera un golpe eléctrico, ha puesto en acción a todos los propietarios y labradores. que hasta ahora habían permanecido como pacíficos espectadores, que ya no queda rincón alguno en las islas donde no se ensaye el cultivo de la grana

Esta fue la época álgida del tejinero Gregorio Suárez que como comentaba Antonio Pereira y Pacheco en su Municipalidad de Texina (1845) había cultivado de nopales sus propiedades de Arico las cuales disponían además de agua propia. Agua y guano eran requisitos imprescindibles para que el nopal no se viese afectado por el propio parásito. El agua adquirió más protagonismo que incluso la tierra, lo que le da un valor añadido a Gregorio Suárez al constituir una de las primeras comunidades de regantes de la isla (1850) en Tejina con las aguas que discurrían por el barranco Aguas de Dios. Esta política de alumbramientos  alteró el paisaje rural “ … lo que antes era un paisaje cruzado por arroyos y aguas corrientes, se vio de repente convertido en una superficie rigurosamente árida. Los alumbramientos subterráneos secaron los veneros que nutrían los nacientes y corrientes ....”. Desaparecieron los 215 manantiales de superficie de Tenerife (de ellos, 93 de aguas públicas).(6)




La expansión del cultivo fue tan grande que su caída, no podía ser de otra manera, iba a ser peor que la del azúcar o la del vino. Con la aparición de la anilina, el violeta de Perkin (1856) y o negro de Lighfoot y con  la Exposición Universal de Londres (1862), donde se dieron a conocer colorantes como la hulla magenta y solferino, parecía que el reino mineral se imponía sobre el animal (7). La crisis de 1870 fue de tal calibre que la cuarta parte de la población de Las Palmas tuvo que emigrar. Si Tenerife sufrió en mayor medida la crisis del vino Las Palmas lo sufriría  ésta aún más. Historias que se han repetido en Canarias y análisis que no pierden actualidad.
Comentaba entonces Domingo J. Navarro que la ley ineludible de la económica política dice que cuando la oferta excede  la demanda el género que se ofrece pierde estimación. Señalaba como remedio que se abonaran los terrenos y se extiendan otros cultivos como el tabaco, el cultivo del gusano de seda,la vid, la caña de azúcar, el café, las pitas etc.

REFERENCIAS

1.-. El tránsito a la contemporaneidad. Oswaldo Brito González
2.- Los tintes naturales en los tejidos canarios. Nilia Bañares Baudet. El Pajar 99..
3.- El antiguo Santa Cruz. Francisco Martinez Viera.
4.- La explotación de la cochinilla en la canarias del siglo XIX. Nicolás González Lemus. Archipiélago Historia 2ª serie V, (2001).175-192.
5.- Apuntaciones sobre el cultivo del nopal y cría de la cochinilla en las Canarias. Manuel Ossuna Saviñon (1846). Biblioteca Wildpret 02483.
6.-Agricultura y Paisaje en Canarias. La perspectiva de Francisco María de León y Falcón. Domínguez Mújica, J. Moreno Medina, C.J., Ginés de la Nuez, C..

7- Historia Social, Política y Económica de Canarias. La cochinilla en las Islas Canarias. Introducción, expansión, auge y decadencia. Seminario de Estudios Históricos Canarios.

domingo, 25 de septiembre de 2016

El origen divino de las plantas, Fornacalias


En el imperio romano los festejos relacionados con los cereales no se limitaban en el tiempo a las Ceralias sino que se prolongaban durante todo el año. En mayo los festejos de las Vestalas,  en honor a la diosa Vesta, protectora del hogar, se celebraba el momento de la recogida de la espiga para fabricar la Mola Salsa, una mezcla de harina salada con agua que se utilizaba en los rituales. En diciembre la Saturnalia Sigillaria se ofrecían presentes de velas  y figuras hechas de pan. A finales de enero las Feriae Sementivae se ofrecían panes y pasteles a Ceres para que protegiese las semillas. En febrero las Fornacalia estaban relacionadas con la torrefacción de los cereales. La tradición romana de proceder al tueste del grano antes de su molienda, tal y como se realiza con el gofio,  esta bien descrita.  Es clásico el pasaje de Virgilio en el que  describe a Eneas desembarcando en las costas de África procediendo a moler y tostar el trigo como primera comida en tierra. Describía Verdière [i] que cuando no había molinos se procedía a machacar los cereales en un mortero antes de confeccionar la polenta de tal forma que el panadeo fue de introducción relativamente tardía en el imperio romano.
        Hasta finales del siglo XIX el 70% de la economía familiar estaba supeditada al cultivo del cereal. Las alhóndigas o graneros se constituyeron desde sus inicios en una garantía de supervivencia por lo que no es de extrañar que los ayuntamientos surgidos con el nuevo régimen en el siglo XIX tuviesen como base de su organización esta misma estructura.



Los pósitos tuvieron su origen en estas alhóndigas de la edad media que tenían por finalidad el panadeo de los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela.
Según el informe de la Agricultura Agraria de 1849 y la visión de José María de León y Falcón [ii] los pósitos en Canarias se debieron a una Real Cédula de 15 mayo de 1584, con auge en el siglo XVIII (Real Decreto de 16 de marzo de 1751) cayendo en descrédito y desaparecieron con los gobiernos liberales del siglo XIX que fracasaron en su intento de transformarlos en montepíos o bancos rurales.
        La depreciación que sufría la moneda, sobre todo en épocas de crisis, convertía al grano en la herramienta de cambio y a los pósitos en auténticos bancos de la época. Se sucedieron en antigüedad los de La Guancha, el Realejo de Arriba, Los Silos, Barlovento, Los Llanos, Buenavista, Icod, Garafía, Vilaflor y la Galga. La Real Célula de 1608 le dio un nuevo impulso y se contaban 21 pósitos en Tenerife, 5 en Las Palmas, 13 en La Palma, 3 en Lanzarote y 3 en Fuerteventura.  En 1662  fue fundada la alhóndiga en Tejina como una iniciativa vecinal y eclesiástica tras la crisis del vino. Esta Obra Pía se constituyó como Arca de la Misericordia.




Hasta 1751 los pósitos estuvieron a cargo de los Cabildos, luego hasta 1792 de los Capitanes Generales, hasta 1835 de los Regentes de la Audiencia, pasando luego a las Diputaciones Provinciales y por último a los Gobiernos Políticos. Si en un principio tuvieron por finalidad de  obtención de pan con un fuerte carácter social pronto actuaron de sementera llegando a dedicar la tercera parte de los fondos a estos menesteres. Los préstamos de grano, que precedían a la siembra, estaban gravados con intereses denominados creces consistente en medio celemín o almud por fanega de trigo (4,16 % de interés) lo que provocaba un progresivo endeudamiento del campesino con las reiteradas malas cosechas. En el caso de Tejina su capital no podía exceder de 150 fanegas que en 1757 se elevó a 200, diez veces inferior a la que en esa época tenía el pósito de Vilaflor [iii], siendo los intereses a pagar a razón de almud y medio por fanega. Los beneficios se destinaban a la mejora del templo parroquial [iv].
En Tejina en 1664 ya se había construido la casa panera en un solar donado por Dª Jacobina Werterling de Ocampo mujer de Bernardo Lercaro y Justiniano segunda generación de este apellido afincado en la isla. Este acto  fue ratificado por su hijo Ángel Lercaro Justininano y por su nieto el coronel Diego Lercaro Justiniano. Se  emplearon para la construcción de las puertas y ventanas la madera del lagar de Hernán Gómez, al que acordaron en pagarle con dos fanegas de trigo. La vinculación del apellido Lercaro con la casa panera y con Tejina se mantuvo hasta el siglo XIX como manifiesta el testamento de Gregorio Suárez y Morales adquiriendo el molino y el cubo de la Tejinetilla a Antonio Lercaro.




En los últimos años y según relato del párroco José Nicolás de León la alhóndiga de Tejina no era más que un edificio pobre y viejo, que contaba con dos plantas  o salas aptas : “la una que es alta para guardar los granos [….] y la baja para depositar los cadáveres […], que no es posible colocar en la capilla del cementerio […] , porque la distancia a la que se halla de la parroquia es considerable. El Prebendado Pereira y Pacheco, amigo personal de José Nicolás de León, aclaraba que “frente a la Iglesia parroquial, en la plaza, está la casa que servía en otro tiempo de alhóndiga; de mal aspecto y poca comodidad. En ella celebra sus juntas el ayuntamiento”. Los gobernantes solían reunirse en la parte alta pero con el tiempo se hicieron fraudulentamente con las llaves y desalojaron también la parte baja en donde “se custodiaban también varios despojos y maderas”. En esta parte baja se instaló la secretaría y otras dependencias consistoriales, así como, “una taberna pública donde se despachan licores y demás por el alcalde, en unión de una mujer desconocida con la que vive y el señor juez que le autoriza para ello”. El escándalo fue importante porque esta actitud privaba a la Iglesia del control sobre el edificio y los vecinos de Punta del Hidalgo sin el cuarto donde depositar los cadáveres antes de trasladarlos a la Parroquia de San Bartolomé para celebrar las exequias en su honor.[v]




La molienda siempre fue una actividad paralela al almacenamiento del grano tanto para la obtención de la harina como para el gofio alimento esencial del canario obtenido tras el tueste del grano. Una actividad que se ha mantenido muy arraigado en nuestras costumbres como nos lo recuerda la Danza  del Trigo que bien debería llamarse la Danza del Gofio de Cho Juan Perenal, con demostradas vinculaciones sefardíes [vi].
Cho Juan Perenal tiene un arenal
Con grano de trigo lo quiere sembrar
Lo siembra en la cumbre lo coge en la mar
Ansina lo siembra Cho Juan Perenal
Ansina ponía su pata en la mar
Ansina se enseña mi danza a bailar
Ansina lo escarda Cho Juan Perenal
Ansina lo enfeja
Ansina lo carga
Ansina lo bota en la era
Ansina lo trilla
Ansina lo aventa
Ansina lo enjecha
Ansina lo cierne
Ansina lo tuesta
Ansina lo muele
Ansina lo amasa
Ansina lo come


El alejamiento de las Canarias siempre supuso dar prioridad  a todos los aspectos relacionados con la subsistencia, lo cual se mantuvo en nuestras creencias religiosas y en sus manifestaciones populares. Nuestra cultura del cereal  la tenemos muy arraigada y sus orígenes mediterráneos nos lo recuerdan las ceralias y las  fornacalias romanas. Sólo tenemos que comprobar el parecido de los panes actuales con los panes carbonizados que, recién hechos se mantuvieron intactos en las ruinas de Pompella. Lo mismo sucedió con la cubertería  y los utensilios de labranza, unas prácticas agrícolas y culinarias tan lejanas en el tiempo como cercanas aún en nuestras costumbres que nos muestran como determinados hábitos relacionados con la alimentación y sus manifestaciones culturales se han mantenido inalterados a lo largo del tiempo.




[i] El gofio en Roma. Elías Serra Ràfols(1965) Revista de Historia Canaria T30 (1965) n. 149-152.
[ii]Agricultura y Paisaje en Canarias. La perspectiva de Francisco María de León y Falcón. Domínguez Mújica, J. Moreno Medina, C.J., Ginés de la Nuez, C
[iii] Reflexiones sobre los pósitos en Canarias durante la crisis del antiguo régimen: El pósito de Vilaflor. Juan Carlos de la Nuez Santana. Revista de Historia núm.177
[iv] Noticias Históricas de la Parroquia de San Bartolomé de Tejina. Leopoldo de la Rosa Olivera.
[v] Lorenzo Lima, J.A., Hernández González, M.J.Pereira Pacheco, párraco de Tegueste.
[vi] Hernández [Pérez], María Victoria, “La Danza al Gofio (Cho Juan Perenal o Danza del Trigo)”, El Gofio. Un alimento tradicional canario,

lunes, 19 de septiembre de 2016

Tejina, en algún rincón de nuestra memoria



Hace cuatrocientos años, el 26 de abril de 1616, fallecía de diabetes en Madrid el príncipe de los ingenios, Miguel de Cervantes Saavedra, autor del libro más editado de todos los tiempos después de la Biblia, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Con un conocimiento inusual de medicina, que había obtenido por tradición familiar (su padre había sido cirujano-sangrador, un oficio a medio camino entre barbero y cirujano), describía genialmente los avatares de Alonso Quijano, una persona que de poco dormir su cerebro se secó. Estas influencias familiares las plasmó en la propia vestimenta del Quijote. Una bacía sangradora que arrebató al morisco la utilizó como yelmo de Mambrino, lo que a semejanza de las narraciones de las novelas de caballería le convertiría en invencible. Trataba un tema de tanta actualidad hoy en día como complicado lo era en su momento, el envejecimiento y la salud mental. Lo ilustra la respuesta que Sancho da a don Quijote en su pregunta de por qué llamarle el Caballero de la Triste Figura:

 […] verdaderamente tiene vuestra merced la más mala figura, y débelo haber causado  […] o ya la falta de muelas y dientes.



En una época en la que se pasaba de la medicina galénica a una medicina humanística, trató un tema como la melancolía con las dificultades que entrañaba desligarlo de las supersticiones propias de la época. Confundir enfermedades mentales con posesiones del maligno fueron actitudes frecuentes por parte de la Inquisición. Referente de la novela costumbrista, Cervantes es sin duda el mejor narrador de una época que coincidió con el primer poblamiento de Canarias.
Cervantes fue un producto de su tiempo que participó en la guerra de Lepanto, una guerra que puso freno al avance turco por el Mediterráneo. El conflicto bélico obligó a genoveses y portugueses a abrir rutas alternativas para el comercio bordeando la costa africana y pasando por Canarias. Canarias ya era conocida por fenicios, cartagineses y romanos, pero hasta entonces no dejaba de ser un rincón del imperio, un Finisterre del sur. Fue el portugués llamado Gil Eanes (1434), a las órdenes del príncipe Enrique el Navegante, el que supo sortear el cabo de Bojador. El descubrimiento de los vientos alisios destruía al mítico cabo sin retorno, y con él dio comienzo la época de los grandes descubrimientos.
A las costas canarias llegaron estos europeos a plantar caña y viña. A diferencia de lo que le ocurrió en Azores y Madeira, Canarias estaba habitada, lo que obligó a doblegar a su población aborigen, experiencia que luego se utilizaría en la conquista americana. Topónimos como «Perdomo», «Jóver» o «Miraval» nos recuerdan estos primeros momentos de poblamiento que estuvieron muy condicionados por la orografía del terreno[i]. La inexistencia previa de caminos obligó a que la principal vía de comunicación fuese la marítima y que la primera red de caminos reales se estableciese uniendo puertos, lo que perduró hasta bien entrado el siglo XIX.



Si los barrancos fueron un obstáculo para la comunicación entre pueblos, también servían como línea de defensa ante los ataques piráticos. Cervantes fue un ejemplo con sus cinco años de cautividad en Argel de que el temor al pirata berberisco estaba más que justificado. El asentamiento de Tejina tiene la lógica de un lugar alejado de la costa, en donde se estrangulan los barrancos de las Cuevas y de Milán, con embarcaderos defendibles, Bajamar y Punta del Hidalgo y el mejor atalayero, la Mesa de Tejina. Los acuerdos del Cabildo de Tenerife de 1587 dan cuenta en repetidas ocasiones de la importancia que tenían los vigías de la Mesa de Tejina ante el temido ataque de Maroto Arráez y Francisco Drake[ii]. La que conocemos hoy como la extinta casa del manisero, por su ubicación al borde del barranco, en la base de la Tejinetilla y con abundante agua, es la que mejor se adapta a ese primer asentamiento.
El 20 de febrero de 1505, con motivo de la ascensión al trono de Juana de Castilla tras la muerte de su madre Isabel la Católica, se produjo la primera proclamación. Don Alonso de Lugo mandó sacar de la Iglesia de la Concepción, un pendón con castillos y leones, y una granada y, tomándola Juan de Armas en nombre del Adelantado, alzó el pendón y lo tremoló diciendo tres veces: «¡Castilla, Castilla, por la Reina Nuestra Señora!».



Juan de Armas debía su apellido a ser tercer Rey de Armas, su abuelo homónimo ya lo había sido con Juan I de Castilla, padre de Isabel la Católica. Su hija María casó en Tejina con Hernán Gómez hijo de Asenjo.
Una de las primeras datas de repartimiento de aguas se le concede Asenjo Gómez, portugués procedente de Tomar, al que los historiadores consideran el fundador de Tejina en lo que hoy en día conocemos como la Fuente y el Chorrillo. La temprana muerte de este en casa de su concuño, Sebastián Machado, fundador de Tacoronte, ocasionó que su suegro Gonzalo González y su mujer Francisca Afonso de Figueroa[iii], la vieja de Tejina, asumiese la educación de sus hijos. Sus propiedades se sitúan hoy en día en el barranco de Milán, que debe su nombre a Bartolomé Hernández Milán pero que, previamente, había adquirido el nombre de sus anteriores propietarios, Francisco Afonso o el Hospital de los Dolores por la presencia agustina.
Algunos historiadores consideran que fue Bartolomé, hermano de Hernán, el que dio nombre al santo patrón de Tejina. Fue el primer alguacil de Tejina y Tegueste y probablemente ejercía de atalayero en la Mesa de Tejina. También fue el secretario de la primera visitación que hizo el Concejo. Bartolomé Gómez casó en segundas nupcias con Juana Inés de Bethancourt, era por tanto concuño de Juan del Castillo, uno de los primeros escribanos nacido en las islas, puesto que era hijo del primer fiel ejecutor Gonzalo del Castillo y la guanche Francisca Tacoronte[iv]. También habían sido escribanos su tío Pedro y su primo Hernando. El escribano no tenía una especial relevancia social ni grandes patrimonios, era considerado uno de tantos oficios que existían en la época. Leopoldo de la Rosa da la mejor descripción a la muerte de Gonzalo del Castillo cuando describe que «su casa es una modesta vivienda de labrador» y «le hemos quitado el hábito de Santiago para dejar al descubierto a un hidalgo de vida honorable» y a petición de su hijo Francisco ante Ángel Gutiérrez se comenta de Pedro:

 […] su tío mentecato; viejo y desmemoriado; tiene necesidad de alguna ropa para su vestir, por andar como anda muy roto y destrozado, y de dinero para sus alimentos; es hombre pobre y de poco juicio, que anda destrozado y hecho pedazos pidiendo por Dios por esta Villa.



A la muerte de Gonzalo, su mujer Francisca recibirá las datas de cuevas que están donde las aguas de Juan Fernández se vierten al mar. Sin embargo, en una sociedad en la que se prodigaba el analfabetismo, la existencia de un fedatario público lo convertía en una pieza clave de las transacciones comerciales. Su hijo Juan del Castillo, que sucede a su suegro Bernardino Justiniani en la escribanía, muere ya con un considerable patrimonio distribuido por toda la isla, una parte de ella en Tacoronte, El Sauzal y en los montes de Anaga. Parece ser que las epidemias de peste dejaron sin descendencia castellana el apellido del Castillo. No ocurrió lo mismo con su descendencia aborigen.
Francisco Albornoz, uno de los primeros Alcaldes Mayores, dejó claro ante el reformador Ortiz de Zárate el futuro que le deparó a los bandos de Tegueste y Tacoronte que eran de guerra:

 […] después de bautizados los hicieron embarcar forzosamente y llevado a vender, a algunos los vendieron en la isla.



Los protocolos notariales hacen mención de criados que, por no entender, necesitaban de intérprete. Los apellidos Tegueste y Tacoronte se relacionan con los últimos menceyes de ambos bandos. Ana Gutiérrez Bentor, del bando de Taoro, otro de guerra, casa con el castellano Martín de Mena que adquiere las propiedades que Juan del Castillo tiene en Anaga. Sebastián del Castillo, último alcalde de Tejina, procedente de los Batanes, tuvo por bisabuela a Sebastiana Rodríguez de Mena. Desde el pleito ganado por los guanches a los regidores del cabildo en su derecho a portar a la Virgen de Candelaria en procesión, al apellido «de Mena» siempre se lo ha considerado vinculado con estos matrimonios mixtos entre europeos y aborígenes.



En 1604 vivían en Tejina, Bajamar y Punta del Hidalgo 250 personas. Dos de estos vecinos fueron Juan de Mederos y Bartolomé de Estrada, ambos eran cuñados, dado que Bartolomé había casado Beatriz hermana de Juan. La hija de ambos, Ana Estacia de Mederos, casó con el Capitán Gaspar de Anchieta y Suazo, nieto de Juan de Anchieta, padre del santo José de Anchieta. Tuvieron por hijos a Esteban y Tomás de Anchieta. Tomás adquirió en Tejina los terrenos que Francisco Afonso había trasmitido a su hijo Tomás de Morales. Los apellidos «Estrada» y «Anchieta» correspondían a familias de varias generaciones de escribanos, «Estrada» en la Orotava y «Anchieta» en La Laguna. Juan de Anchieta había sido escribano mayor del Concejo. Aunque la escribanía era considerada una artesanía más, serlo del Concejo eran ya palabras mayores. Hacía las veces de secretario dando fe pública de las actuaciones y, aunque no tenía capacidad decisoria, solo le superaba en consideración social la del gobernador y los regidores. Prueba de ello era el lugar que ocupaba en las celebraciones públicas detrás de los jurados y por delante del personero[v]. La familia Anchieta tiene una presencia temprana en Tejina que aparentemente se mantiene durante siglos, ya que se ha encontrado en copia de la lápida de María Dolores Ossuna y Saviñón, muerta en 1810 en Tejina. Las casas de Ossuna y Saviñón son las que continúan la línea sucesoria de la de Anchieta.
Esta presencia escribana en Tejina abre la esperanza de localizar documentación que permita elaborar la historia de Tejina, aunque hay que tener muy presente que con frecuencia los mejores legajos no aparecen donde se espera.



Cervantes, al regresar de Lepanto como soldado aventajado y con las oportunas recomendaciones, cree tenerlas todas consigo e intenta hacer las américas; sin embargo, se sorprende con las respuestas y se le cierran todas las puertas. Gracias a este destino, crea la obra genial de Don Quijote en donde demuestra claramente que sabe utilizar las mejores fuentes. En farmacología y terapéutica utiliza la principal guía de la época el Dioscórides de Andrés Laguna. De esta manera narraba que para curar a don Quijote las heridas y arañazos que le produjo un gato, le pusieron aceite de aparicio que es lo que se conoce como aceite de hipérico (Hypericum crispum), al que en aquel tiempo se le atribuían virtudes febrífugas, astringentes, vulnerarias, vermífugas y diuréticas. Sin embargo, no contempló los adelantos que se estaban llegando de las américas, como las nuevas resinas medicinales, purgantes, los bálsamos de Perú y de Tolú, estramonio, coca y nuevas plantas alimenticias. Por eso no es de extrañar que tampoco recogiese los conocimientos que por carta remitía el canario más internacional, el santo José de Anchieta a su pariente san Ignacio de Loyola. José de Anchieta, un desconocido en este aspecto, aprovechó su experiencia juvenil con el pueblo guanche para entablar una comunicación exitosa con el pueblo tupí. A través de sus cartas nos transmitió las benevolencias de la dieta vegetariana. Mostaza, mandioca o calabazas eran descritas por Anchieta, así como los sabrosísimos frutos de sapucaia (Lecythes pisonis) y el fruto por antonomasia, el iba (Araucaria angustiflora), nuevas plantas curativas como la poaia (Cepahalis ipecacuana), verdadera panacea para los indios que la utilizaban como emético, tónico, expectorante o laxante y multitud de observaciones médicas, naturistas y antropológicas [vi]




[i] Francisco Báez Hernández. La comarca de Tegueste (1497-1550, un modelo de organización del espacio a raíz de la conquista.
[ii] Antonio Rumeu de Armas. Piraterías y ataques navales a las Islas Canaria: Tomo II primera parte.
[iii] José Luis Machado. Buscadores de sueños del Oceáno Atlántico y la España de ultramar.
[iv] José Antonio Cebrián Latassa. La familia de Gonzalo del Castillo. Revisión parcelada de la historia de Canarias. Museo Canario, 2005.
[v] Lourdes Fernández Rodríguez. La formación de la oligarquía concejil en Tenerife: 1497-1629.
[vi] Tomás Zerolo Davison. José de Anchieta y la Medicina. IEC, 1997 n.41 (1996) p.77-78.

miércoles, 20 de julio de 2016

El origen divino de las plantas, Ceralias

La humanidad ha sufrido dos grandes cambios a lo largo de su historia: la revolución neolítica y la revolución industrial. En la primera, hace unos 9 000 años, el hombre dejó de ser cazador-recolector para convertirse en sedentario. Los cereales fueron claves en ese nuevo periodo y el hombre de la época no dudó en encomendarse a los dioses para que el clima le fuese favorable y, de esta forma, poder controlar a la naturaleza.
La palabra cereal no tiene una derivación botánica estricta, sino que bajo esta denominación tienen cabida una serie de plantas herbáceas cuyo fruto suele transformarse en harina. Tienen cabida, por tanto, no solo plantas como las gramíneas (poaceae), sino también otras como las leguminosas (fabaceae), poligonaceae (trigo sarraceno) o chenopodiaceae. Su denominación deriva de la diosa romana del cultivo agrícola y la fertilidad, Ceres.


El imperio romano basó su desarrollo económico en la agricultura y el comercio. Los centros urbanos, desplazados hacia oriente, estaban bajo la influencia griega; sin embargo, si en algo superó con creces el imperio romano al heleno fue en las comunicaciones, lo que le permitiría poder actuar como un bloque sin fisuras. La Pax romana alcanzada por Octavio Augusto —cuando fueron vencidos cántabros y astures— fue el principio del gran auge del imperio, que alcanzaría su cenit en tiempos del emperador ibérico Trajano.
Este emperador fue el constructor del puerto emblemático de Roma, clave en las transacciones comerciales que permitían llegar con celeridad los productos agrícolas perecederos, como el grano que se producía en Alejandría y Cartago. En el siglo II antes de Cristo, el imperio romano ya había asumido del imperio griego la tecnología del pan, que se constituyó en el elemento esencial para la alimentación. «Pan y circo» era lo que se necesitaba para tener al pueblo contento, y las comunicaciones permitían que aquel llegara a buen puerto. Enclaves atlánticos como Cádiz, Oporto o Lisboa fueron frecuentados por los romanos y, sin duda, fueron paso obligado para las transacciones comerciales que se producirían con Canarias.


Hoy en día, el alejamiento que tiene la sociedad actual con la naturaleza ocasiona que le sea difícil percatarse de que el 95 % de nuestra alimentación procede del suelo. Con una economía de subsistencia, el europeo que en su día arribó en estas islas vivía plenamente integrado en el paisaje, por lo que no es de extrañar que las primeras datas de repartimiento de tierras especificasen que tenían que ser para «pan sembrar», haciendo más hincapié en el fruto que en la planta.
Si bien el aborigen ya cultivaba el cereal por el mes de agosto, al que llamaban «bellesmer», este nunca adaptó el terreno del modo en que lo hizo el europeo. Solo tenemos que contemplarlo para comprender el trabajo que supuso la construcción de las terrazas que lo allanaron para proceder a su cultivo. Por este motivo, la tierra fue siempre fuente para acceder a la riqueza y al poder, y ese sentimiento ha llegado a nuestros días. La alimentación y la sociedad estaban más estrechamente unidas y la devoción por el sustento recibido era un quehacer diario.



El adiestramiento del suelo requería su tratamiento. El grano debía ser sembrado: el morisco, de grano más pequeño, era la variedad de trigo más plantado frente a la barbilla, o castellana y, por su parte, el candeal o arisnegro era el que mejor se adaptaba a las medianías y cumbres. Tejina tenía posibilidad de cultivo en regadío y se decía que «barbechado y binado el terreno se resfría… y se forman con el arado las madres para regar. Cuando la tierra se halla en buen templero, se siembra al vuelo y se da una arada superficial y menuda para cubrir el grano… Si las lluvias no son suficientes, se riega de quince en quince días». En medianías se alternaba trigo y millo y, si la tierra era de secano, se alternaba también con el cultivo de garbanzos que enriquecían el suelo al fijar el nitrógeno. En algunas parcelas se hacía una rotación trienal con cebada y barbecho lo que exigía un aporte adicional de estiércol, por lo que se procedía de la siguiente forma: «Encerrándose por la noche el ganado ovejuno, en rediles portátiles o gambuesas, sobre la tierra vacía, y mudándose diariamente el lugar de aquellas hasta que todo el suelo se beneficie por igual con el excremento y el orín del ganado».



Una vez segado el cereal, en la era estaba la primera parada que sufría el mismo. Más de mil eras se han conservado hasta hoy, la mayoría de los siglos XIX y XX, y muchas de ellas con una gran plasticidad, lo que le confiere un gran valor etnográfico al suelo. La mayoría de forma circular, solían tener un pretil o muro con el fin de que el simiente no se saliese. Las tareas de trilla comenzaban con la cobra (caballos o mulos dando vueltas lograban asentar el cereal de una «parva», la cantidad del mismo que se empleaba de cada vez).
La trilla de una parva podía durar varios días, lo que nos da idea de lo fatigoso de la tarea. Una vez finalizadas las labores de trilla, se procedía a recoger el grano que, cernido y limpiado de impurezas, era conducido a un lugar seco protegido de las humedades y los roedores. El grano era almacenado en silos o graneros, en alhóndigas o pósitos, para proceder después a la molienda en molinos de viento o de agua.


Fue así que hasta bien entrado el siglo XIX la cultura del cereal condicionó nuestro paisaje. La vega lagunera —que, a pesar de su nombre, era completamente de secano— era un ejemplo del mismo. Caminos sin empedrar, molinos, pajares y eras fueron una imagen común que solo sería alterada por la trilladora, primero, y por el grano traído del exterior a comienzos del siglo XX, después.
Nombres como Los Silos, Icod de los Trigos, el Centenero o el Rodeo la Paja nos recuerdan estas tareas que fueron el centro de nuestra actividad social hasta prácticamente nuestros días, algo que se ha mantenido en nuestras costumbres y festejos de hoy.




En el pueblo romano las festividades en honor a Ceres o Ceralias tenían su antecedente en las fiestas griegas en honor a la diosa Deméter. En ellas se hacían sacrificios de animales y los festejos se prolongaban durante quince días, desde principios del mes de abril hasta el día diecinueve, fecha que, una vez cristianizada dicha fiesta, se transformó en la festividad del Espíritu Santo o de Pentecostés, que coincidía con la fiesta judía de las semanas, tal y como se contempla en el Éxodo: «También celebrarás la fiesta de las semanas, la de las primicias de la siega del trigo, y la fiesta de la cosecha a la salida del año».