jueves, 7 de abril de 2016

El origen divino de las plantas, la Hierba Pastel









Comentaba la farmacéutica chilena Dina Rossi, en sus teorías sobre el origen de las plantas, que solo la importancia que han supuesto estas para la supervivencia del ser humano justifica el empeño que han mostrado todas las civilizaciones para explicar su origen divino.

La mitología griega manifestaba de esta manera que existía una pareja que se amaba profundamente pero que, tal era la belleza de él, que Hera se encaprichó y deseó hacerle su amante. Sin embargo, él la rechazó diciendo que nunca abandonaría a su amada a la que siempre le sería fiel. Hera, despechada, la mató y, ante su asombro, él (apoyado en un laurel mientras lloraba por su amor perdido) se castró para demostrar su fidelidad más allá de la muerte. La sangre que se derramaba caía sobre la tierra, y de ella brotaron unas plantas con flores de color violeta. Desde entonces, el violeta simboliza el color de la melancolía, pero también de la fidelidad. [i]




Hoy en día podemos comprobar que la presencia de las flores y del pan son un elemento común en muchas fiestas patronales que tienen por finalidad la exaltación de la vida y de los bienes recibidos. La explosión de color que nos llega con la primavera ha sido también símbolo de fecundidad y la garantía de supervivencia que aparece tras la incertidumbre del invierno.





El número cuarenta y nueve, o las siete semanas de siete (que tantas implicaciones espirituales y sobre fecundidad tienen) no hacen otra cosa que reflejar esa necesidad humana de celebrar la llegada de la primavera. El hecho de que el día cuarenta y nueve de gestación se visualice la glándula pineal o los órganos sexuales del feto ha inducido a considerar que es en ese día cuando el alma toma posesión en el cuerpo y, por tanto, cuando comienza la vida humana, por lo que esta fecha entra de lleno en el debate sobre el aborto.
Por su parte, la fiesta de las mieses, o del grano apto para panificar, tiene la equivalencia en la cultura cristiana con la fiesta de Pentecostés o de llegada del Espíritu Santo cincuenta días después de la Resurrección, casi siete semanas, en la que con forma de llama este se presentó sobre las cabezas de los Apóstoles y la Virgen. A este día se le considera el inicio de la religión cristiana.
En el medievo era el color blanco el que se imponía en los vestidos de lino. Tener un vestido de color fue un auténtico lujo que solo se popularizaría siglos después con la llegada de los colorantes sintéticos, las anilinas. Cuando los portugueses fundaron Tejina, Europa estaba inmersa en un renacimiento cultural y Miguel Ángel pintaba la bóveda de la Capilla Sixtina. Pese a no considerarse pintor sino escultor, creó por mandato papal (en cuatro años y a luz de las velas) una verdadera maravilla dedicada a la creación del universo (lo que también le ocasionó la cervicalgia que arrastró toda su vida). En ella podemos contemplar cómo representó la creación de las plantas como acto consecutivo al del Sol y la Luna pero le dedicó solo una pequeña fracción del espacio porque a Miguel Ángel le interesaba más la representación de los cuerpos,, sobre todo el masculino.


El declive cultural que había supuesto la Edad Media provocó que en el Renacimiento utilizásemos a los clásicos como referente. Si los canarios hiciésemos lo mismo con nuestros ilustrados, nos llevaríamos gratas sorpresas. Viera y Clavijo se basó en la historia para proponer alternativas a las recién creadas Asociaciones Económicas Amigos del País. Propuso, por ejemplo, retomar el cultivo de la hierba Pastel o Glasto [ii], (Isatis tinctoria), un cultivo introducido por los portugueses desde Madeira y Azores tendente a la obtención del colorante azul que ha dejado rastros del mismo con topónimos como la Montaña del Pastel en los límites de los municipios de Tacoronte y el Sauzal. Dejó otros más claros en la isla de El Hierro, en donde se han conservado los molinos de piedra característicos, similares a los aceiteros, en los que una muela superior gira verticalmente sobre la piedra inferior alrededor de un eje de madera vertical.
En febrero se hacía la primera plantación, que se recogía en junio. Hasta tres plantaciones se hacían al año. Después de recogidas las hojas, muy parecida a las del llantén (Plantago major) se dejaban marchitar algunos días antes de la molienda. Reducidas a pasta las hojas, se sacaban del molino y se apilaban en montones apretados para permitir la fermentación. Durante diez o quince días se secaban de nuevo mezclando la masa y transformándolos en bolas de aproximadamente una libra (327 gramos). Se dejaban secar a la sombra durante diez o quince días. Una vez seca, se reducía a polvo y, humedeciéndola, se amasaba de nuevo. Se secaba y embalaba dejándolo listo para los tintoreros.


Las primeras descripciones de la planta nos la da Plinio en la que nos describe su uso en pinturas corporales en pueblos como los bretones, tal y como nos lo recuerda Mel Gibson en Break Hearth. La hierba pastel también tuvo uso farmacológico. Utilizado como diurético y astringente, sus hojas en cataplasma eran muy útiles para reducir inflamaciones, cicatrizar úlceras y detener hemorragias, un buen acompañante, por tanto, para servir en el arte de la guerra.
Según Viera, su abandono fue debido a la introducción del añil americano o índigo y, por ello, manifestaba “de modo que hasta el conocimiento de la yerba pastel se ha borrado de entre los canarios”.




[i] Margarita Arroyo. La botánica y su orígen divino.  Pliegos de Rebotica. Núm. 121,  pág. 3.
[ii] Sergio F. Bonnet Suárez. Notas sobre el cultivo y  comercio de la hierba pastel en Canarias durante los siglos XVI y XVII.  50 aniversario del Instituto de Estudios Canarios. Tomo I pág.73.


martes, 5 de abril de 2016

Enriaderos de Milán, utilísimo lino



Si alguna actividad humana tiene el valor de poder simbolizar a la historia, esta es el cultivo del lino. Con una antigüedad que puede duplicar al uso de la rueda hoy en día se  sigue considerando imprescindible en la industria textil. El lino no sólo ha logrado hacer historia sino que incluso la ha conservado, como nos lo demuestran los linos funerarios egipcios en donde se llegó a conseguir una finura en su elaboración que aún hoy en día es difícil de alcanzar.



El cultivo del lino es una actividad extraordinariamente laboriosa que en Canarias ha logrado permanecer hasta  nuestros días. Sus dos variedades, el lino cerrado (más endeble y delicado aunque de hebra más fina y suave) y el avertiz, se sembraban al vuelo en octubre y se recolectaban en abril o mayo.


A un cultivo exigente en irrigación y suelo, y delicado en cuanto al régimen de vientos se le unía todo un proceso en etapas. Se comenzaba con una inmersión en charcos llamados rías (o leres) y se seguía con un majado, agramado y rastrillado que permitía la extracción de la fibra vegetal seguido de proceso de blanqueado en la que se solía utilizar como lejía la ceniza de madera de higuera que colocándola sobre telas se percolaba con agua sobre las fibras.


Las propiedades de esta fibra vegetal se  deben a la gran capacidad que tiene de retener el agua y la facilidad con la que se desprende de ella, esto le confiere unas propiedades únicas de frescura para las prendas del verano. Pero su utilidad no se limitó a la vestimenta, así Viera y Clavijo refleja en su Historia Natural que las “utilidades del lino, nadie las ignora”[1]. 


Planta herbácea, anual, de aproximadamente 50 centímetros, con flores solitarias que suelen ser de color azul, se cultivaba en nuestras islas para obtener la fibra que se extraía tras la maceración efectuada en los enriaderos. Pero también se utilizaba su semilla, la linaza, de la que se extrae su aceite craso, bien conocido por los pintores y en farmacia por sus propiedades emolientes. Disminuye el ardor de orina, su leche o emulsión disminuye la tos catarral, la del asma y de la tisis. Utilizada externamente mitigaba los dolores hemorroidales.


Hoy en día sabemos que la linaza contiene gran cantidad de muscílagos y pectinas que le confieren propiedades emolientes y laxantes; además de sales minerales y lípidos de alto valor biológico (ácidos grasos esenciales) como ácidos alfa-linolénico, linoleico y oleico. También tiene tocoferoles. Por este motivo se recomienda en casos de extreñimiento crónico y en procesos inflamatorios de las vías digestivas, respiratorias y urinarias (gastritis, bonquitis y cistitis). Incluso en enfermedades inflamatorias crónicas y autoinmunes como en la artritis reumatoide. También es muy empleada en nutrición sobre todo en diabéticos por su bajo contenido en azúcares y altos de proteínas y lípidos, como anticolesterolémico y por su potencial poder antioxidante.


Esta utilidad del lino quedó reflejado en su nombre Linus usitatíssimum (utilisimo lino) y estuvo en el punto de mira de Carlos III, el ilustrado rey Borbón,  cuando quiso hacer renacer el prestigio español.




En 1775 se crearon las Reales Sociedades Económicas Amigos del País (RSEAP) que pretendían ser el motor de esta recuperación económica. Una de las conferencias inaugurales de la sociedad de Tenerife (RSEAPT) fue precisamente impartida por el médico Carlos Yanes versando sobre este cultivo y mediante la cual le fue concedido el premio del «Día del Rey» en junta de 29 de octubre de 1781[2] tras la Real Orden que pretendía impulsar esta actividad. Por este motivo su cultivo tuvo un auge de producción entre 1788 y 1789, manifestando algunos autores que “para las artes no hay otro cultivo que el lino”[3]  lo que puede dar idea del papel que desempeñaba junto a la lana en el abastecimiento de tejidos a la población.
Tejina contaba entonces con una producción de 500 libras y 20 telares que frente a las 82.000 libras de La Orotava y sus 1.200 telares[4] denotaban una actividad de autoconsumo. Sin embargo, ni en las islas, ni en las colonias americanas[5], ni en la península se pudo impedir que la competencia que ejercía la mejor calidad y el menor coste del lino procedente del extranjero, en especial de Holanda y de Rusia diesen al traste con esta iniciativa industrializadora. El aislamiento que siempre se ha sufrido en las islas ha hecho que esta actividad se haya mantenido hasta nuestros días en la isla de La Palma.




[1] Viera y Clavijo, J. Diccionario de la Historia Natural de Canarias.
[2] Romeu Palazuelos, E. “1776-1800. La Económica a través de sus Actas”.
[3] Geisendorf-Desgoutes, 1994
[4] Rodríguez, J.C. El Lino su manufactrura en Canarias.

[5] Serrera  Contreras, R.M. Lino y Cáñamo en Nueva España