viernes, 20 de mayo de 2016

El orígen divino de las plantas, orchilleros









Aunque tanto las islas macaronésicas como Portugal están ubicadas en el océano Atlántico, su cultura es sobre todo mediterránea pues, no en vano, los puertos de Lisboa y Oporto fueron enclaves marítimos frecuentados por fenicios y romanos cuando Iberia era parte fundamental del Imperio romano. Luego, en el momento de la conquista de Canarias, ya habían pasado los siglos y el mundo era de otra manera; pero seguimos manteniendo esas raíces culturales.

Si el colorido de Miguel Ángel representa el Renacimiento humanista, el del Greco simboliza un Renacimiento místico, muy influido por los aires espirituales de la Contrarreforma protestante. Con el Concilio de Trento, la figura femenina de la Virgen cobró más protagonismo y fue representada como la Dolorosa de las crucifixiones, la Iluminada de Pentecostés, la Anunciación del Saludo, la Santificada de la Trinidad o la Coronada de las Solemnidades. Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz expresan en sus obras esos mismos sentimientos. En esta época, se establecieron dogmas como el Santísimo Sacramento, se afianzaron otros como el de la Santísima Trinidad y se funda la Orden de los Jesuitas de la mano de san Ignacio de Loyola, la Compañía de Jesús, que fue la encargada de divulgar por el Nuevo Mundo el Sagrado Corazón de Jesús con su color rojo característico.







Desde antiguo, los colorantes fueron demandados por los centros de poder económico y político y fue interés de los comerciantes encontrar sustancias tintóreas. Ya Juba II, rey de Mauritania, referencia a las islas atlánticas como islas Purpurarias y hasta estas costas venían en busca de moluscos como el murex cornutus (molusco que segrega un líquido viscoso y amarillento que, convenientemente tratado, tiñe de rojo violáceo). Sin embargo, su escasa población y las altas profundidades en las que se recoge inducen hoy en día a pensar que lo que venían buscando romanos y fenicios no era este molusco sino un liquen, la célebre orchilla, que crece sobre las rocas cercanas al mar.
En el momento de la conquista, la importancia que tenía la recolección de orchilla la demuestra el hecho de que la Corona se reservase el derecho de explotación como una regalía menor en las islas de realengo. Esta explotación la heredó Teresa Enríquez, prima hermana de Fernando el Católico, conocida como «la Loca del Sacramento». Actuaba como hacedor y fiel de las orchillas su criado, el conquistador Gonzalo del Castillo, que según narraban había casado con la princesa indígena Dácil[1]. En realidad con quien casó fue con la guanche Francisca Tacoronte y fruto de este matrimonió nació Juan del Castillo escribano oficial en estos primeros momentos de la conquista. Juan del Castillo era concuño de Bartolomé Gómez hijo del fundador Asenjo, alguacil de Tejina y secretario de la primera visitación que hizo el Concejo.





Nunca se supo el resultado de la propuesta que Viera hizo en la época ilustrada sobre la hierba pastel; pero sí se sabe, en cambio, que en aquella misma época la orchilla causaba verdadero furor como fuente del colorante rojo y que, combinado convenientemente con el azul, se obtenía el púrpura, tan deseado para las costosas telas de seda o lana.
En uno de los primeros discursos de la Real Sociedad Económica del País de Tenerife (impartido por José de Betancourt y Castro[3]) se describe cómo, en el homenaje a la proclamación del rey Carlos III, la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife premió a don Alejandro Saviñón por su trabajo sobre las treinta y una tonalidades diferentes alcanzadas con nueve preparaciones distintas de orchilla.
La orchilla es un liquen, que suele tener entre cinco y diez centímetros, con forma de minúsculo arbusto deshojado, cuya existencia canaria la conforman trece especies del género rocella. Crece, sobre todo, en los lugares rocosos de la costa, al nivel del manto de nubes, que le proporciona la humedad requerida cuando los vientos Alisios son frenados por los acantilados en las vertientes norte de las islas.





Aunque también se daba en otros lugares, la orchilla canaria era la más codiciada. Es característica la imagen del orchillero suspendido mediante cuerdas en los acantilados de Taganana que nos dejó Sabino Berthelot [2] para valorar el riesgo que suponía su recolección; en especial cuando la cuerda se encontraba separada de las peñas, lo que requería un balanceo que le alcanzase al liquen.
El tratamiento para la extracción de la orcaina, su principio activo, requería la molienda y el cernido, luego se colocaba en una vasija de vidrio y se humedecía con orina corrompida (amoniaco) al que se le añadía un poco de cal. Al cabo de una semana, se calentaba y se le añadía alumbre (sulfato de aluminio y potasio) y cremor tártaro, que actuaban como mordientes para fijar el color.
El color natural varía de un tono azul de flor de lino a otro tirando a morado. Y, con zumo de limón, podía adquirir un color azul. Pero todo tratamiento de la orchilla era un secreto bien guardado que formaba parte del arte de las tinturas de las telas, que eran objeto de los mejores premios.



Se hablaba de colores como el morado fino, auroras finos, turquí fino, morado de lirio, escarlata, etc. Por ejemplo, para cada libra de seda de color morado fino se ponían dos onzas y media de cochinilla, doce adarmes de agalla fina y cuatro de rasuras blancas. Para conseguir los colores de Lila, se le daba un baño de lejía de barrilla. Esta variación de color, en función de la acidez o la alcalinidad de las soluciones, es lo que fue empleado para la obtención del tornasol y su utilización como indicador universal de la acidez.
Comentaba Betancourt en su discurso, que nunca se encontraron en la orchilla propiedades farmacológicas, pero que podía dar fe de que era cierto lo que decían los orchilleros: que era un específico buen remedio para el dolor de muelas, como también lo era guisada en vino o en agua tomada como colutorio. Y también habían experimentado que la orchilla florida, bien majada, servía para curar las llagas.




[1] Del Mediterráneo hacia el Atlántico. La aventura colonizadora. Jose Luis Machado, pág. 74.
[2] Historia Natural de las Islas Canarias. P. Barker - Webb y Sabino Berthelot. Tomo primero segunda parte, PI 56.

[3] Discurso sobre la historia natural de la Orchilla. José de Betancourt y Castro. Real Sociedad Económica Amigos del País de Tenerife, sus primeros pasos, página 283.