Veinticinco años después de que Miguel
Ángel pintara la bóveda de la Capilla Sixtina se le encargó otro trabajo que se
le planteó como la mayor oportunidad que se le pudiese presentar en la vida,
decorar el fondo de la capilla con una alegoría al Juicio Final. Nuevamente
tuvo que dejar sus compromisos escultóricos y la genial obra que surgió fue el
asombro de todos sus coetáneos. Miguel Ángel se apoyó en el significado mágico
del círculo y utilizó como figura central la del cristo enérgico que
exigía la contrarreforma protestante. Con un golpe de mano hacía girar toda la
escena y entre los santos que le rodean destacó a sus pies la figura de
San Bartolomé que mantiene en sus brazos su propia piel y en donde Miguel Ángel
no duda en autoretratarse. Se vivía un renacer de la cultura clásica que
surgía a borgotones del subsuelo de la ciudad. En esa época la influencia de
España se hacía notar en una Italia que se desangraba con guerras entre sus
ciudades pero que a su vez fue fuente de ilustres personajes que llegaron a
pasar por Canarias como fue el caso del ingeniero Leonardo Torriani. Esta
influencia romana se hacía presente en los actos protocolarios del imperio
español y consta, por ejemplo, como Felipe II en sus viajes por la península
era recibido con arcos triunfales hechos a base de yedra, naranjos, verduras y
diferentes flores y frutos [i].
Para lo romanos, así como
para otras culturas, estos arcos enramados venían a representar al árbol
sagrado, la figura mítica que unía lo terrenal con lo celestial, lo sagrado.
Tanto el Haya (Fagus sylvaticus) como el Acebo (Ilex angustifolia)
fueron árboles que se utilizaron con este propósito. El Acebo estuvo vinculado
al Dios de la agricultura, Saturno, y se mostraba presente en sus fiestas del
solsticio de invierno. A la luz de las velas se celebraba que las actividades
agrícolas cesaban con la llegada del invierno y los días comenzaban a ser
mayores. Esta fecha terminó cristianizándose con la celebración de la Navidad,
son las hojas y los frutos rojos del Acebo las que solemos utilizar en los
adornos navideños. El árbol de Jesé es otro ejemplo de sincretismo religioso
que estuvo especial énfasis en la época de la conquista de Canarias. En él se
representaba el árbol genealógico de Jesús con la intención, sobre todo, de
reforzar la imagen de la Virgen de especial relevancia en esta época de
reformas y contrarreformas. Este árbol de Jesé lo podemos contemplar tanto en
Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela como en la
Catedral de Burgos, capitales eclesiásticas y políticas para los castellanos
del momento.
La presencia mayoritaria de los vegetales
en el Ara Pacis nos viene a indicar que para los romanos era la mejor manera de
representar el resurgir de la vida tras el invierno, la organización de la vida
a partir de la materia inerte. La figura central que se eligió y de la que
parten luego las diferentes revolutas de helechos como símbolo de un renacer y
por tanto de inmortalidad es un Acanthus, una planta mediterránea que aparenta
desaparecer con la sequía del verano rebrotando tras el invierno y confirmando
con ello una muerte sólo en apariencia. En el ápice del acanthus surge una de
las pocas figuras de animales un cisne cantor en una clara alusión a Apolo.
Augusto tenía predilección por él, era entre otros el Dios de la luz, de la
verdad, el dios del sol, el Dios “uno” y se le se solía representar con el sol
radiante detrás de su cabeza.
A 300 metros del Coliseum se erige una de
las iglesias más antiguas de Roma, la iglesia protocristiana de San Clemente.
San Clemente fue el tercer papa de la iglesia y el que instauró la costumbre de
cambiarse el nombre porque el suyo no podía ser más pagano, Mercurio. En su
ábside podemos constatar cómo fueron cristianizados estas costumbres romanas y
podemos observar como la Cruz de Cristo brota de un Acanthus sustituyendo al
concepto del árbol de la vida y que a su vez hace de eje de multitud de
revolutas. Las revolutas son en este caso de vid en una clara alusión a la
sangre de Cristo. De la Cruz mana un río que se divide en cuatro cursos de
agua, los ríos Fison, Tigris, Geon y Eufrates que van a regar el paraíso y al
mundo entero. En el mosaico encontramos palomas que simbolizan el alma,
animales que apagan su sed en los cuatro ríos. El cisne cantor romano es sustituido
en su ápice por el ave Fénix que renace de sus cenizas, con la Mano de Dios
sujetando la corona de Rey y el Chrismón o monograma de Cristo.
Esta devoción a la cruz o al santo madero
fue difundida por la orden mendicante de San Francisco que inspirándose
en San Agustín se oponía al aristotelismo dominico. Mientras San Buenaventura
enseñaba que la fruta medicinal del árbol de la vida era Cristo mismo,
San Alberto Magno (dominico) decía de la eucaristía, el cuerpo y la
sangre de cristo, es el fruto del árbol de la vida.
A San Buenaventura se le considera el
refundador de la Orden de San Francisco y fue pieza clave en el concilio
ecuméncio de Lyon cuando se trataba el tema de la unión de los griegos
ortodoxos. Es el patrono de la isla de Fuerteventura y de Betancuria
recordándonos la presencia temprana de esta orden en las islas anterior incluso
a la conquista. Es clásica la imagen de San Francisco contemplando el crucifijo
cual si de un espejo de mano se tratase. Fue la orden de San Francisco la que
custodió durante siglos al Cristo de La Laguna dando nombre a la que hoy
conocemos mejor como la plaza del Cristo.
San Buenaventura tiene entre sus obras el
Lignum Vitae, el árbol de la vida o el árbol de cristo un directorio de la vida
espiritual o mística que tuvo una gran influencia en el arte de la época. Con
una evidente finalidad didáctica se imagina un árbol dividido en tres partes en
cuya base se sitúa el origen, en el medio la pasión para terminar con la
glorificación. De cada una de las partes salen cuatro ramas cada una de ellas
con una estrofa, hasta componer un total de doce de los que parten sus
respectivos frutos. Esta obra tuvo multitud de interpretaciones artísticas.
Pacino di Bonaguida crea un imponente árbol de la vida o de la Verdadera Cruz
en la que desarrolla sobretodo la parte media de la pasión. Cristo aparece en
la Cruz coronado con un pelícano que viene a representar la redención de los
hijos utilizando la sangre del padre. El pelícano había sido ya utilizado por
San Agustín ya que era capaz de lesionarse a sí mismo para con su sangre
alimentar a sus crías. La simbología del pelícano fue muy utilizada hasta
nuestros días, la podemos contemplar por ejemplo en la Sagrada Familia muy
acorde con la arquitectura orgánica de Gaudí.
Esta simbología de bosque sagrado y árbol
de la vida ha sido ampliamente utilizado en la cultura cristiana llegando
incluso a nuestros día La podemos contemplar tanto en una iglesia sueca del
siglo XI como en los cuadros del pintor simbólico de finales de siglo XIX
Gustav Klimt. Bonaguida va más allá y representa también una cueva en su base
con una figura de un santo franciscano que enigmáticamente está tachado. Por
similitud con el árbol de Jesé, esta santo está ocupando el puesto del Padre.
En el Apocalípsis de Juan, Jesús afirma : Yo soy la raíz y el retoño de David,
pero si esta representación la trasladamos a la iglesia protocristiana de San
Clemente bien podría aludir a lo que los padres dominicos, que la custodian,
han rescatado en sus excavaciones. La Iglesia de San Clemente tiene hasta dos
niveles de antigüedad por debajo de la actual. la más profunda ha revelado una
cultura que coexistió con los primeros cristianos, la cultura mitraica.
La religión mitraica fue en el imperio
romano coetánea de la cristiana y con ella llegó incluso a competir.
Proveniente de sus fronteras más orientales (indo-iraní) fue introducida por
sus legionarios y decayendo a medida lo iba haciendo el imperio, al mismo
tiempo que crecía la cristiana apoyada por Constantino. Las similitudes entre
ambas religiones es más que evidente.
Mitra después de nacer el día más corto
del año, el 25 de diciembre, fue adorado por pastores y bebió del manantial
sagrado. Dominó al toro que arrastrándolo lo llevó a la cueva. Un
cuervo enviado por el Sol le avisó que debía realizar el sacrificio, y el dios,
sujetando al toro, le clavó el cuchillo en el flanco. De la columna vertebral
del toro salió trigo, y vino de su sangre. Su semen, recogido y purificado por
la luna, produjo animales útiles para el hombre. Llegaron entonces el perro,
que se alimentó del grano, el escorpión, que aferró los testículos del toro con
sus pinzas, y la serpiente. En el banquete ritual de los mitraicos, la carne no
se comía, se bebía agua o vino como símbolo de la sangre del toro
acompañándose del pan. De esta forma nos llegó de oriente nuestra cultura
mítica del pan y del vino, siempre hemos buscado la espiritualidad en
oriente, no en vano es por ahí por donde sale el sol. La fiesta del
Corpus vino a escenificar esta devoción que requería un entorno propicio. Se
utilízó nuestro monteverde con esta finalidad y tenemos en Sabino Berthelot en
el siglo XIX a su mejor narrador. En su excursión por Güimar en 1827
describía esta escenificación con todo lujo de detalles [ii], un
ambiente que sin duda se repetía en toda la isla y que a día de hoy todavía
podemos observar en algunas fiestas patronales como las de San Antonio de Padua
en Garafía .
“Los árboles, plantados simétricamente al paso de la procesión, formaban
alamedas regulares y se extendían como un laberinto por las calles adyacentes.
Güimar presentaba aquel día el aspecto de un pueblo alegre divirtiéndose en
medio de jardines recién creados por un poder mágico”