jueves, 16 de marzo de 2017

El origen divino de las plantas, el árbol de la vida




Veinticinco años después de que Miguel Ángel pintara la bóveda de la Capilla Sixtina se le encargó otro trabajo que se le planteó como la mayor oportunidad que se le pudiese presentar en la vida, decorar el fondo de la capilla con una alegoría al Juicio Final. Nuevamente tuvo que dejar sus compromisos escultóricos y la genial obra que surgió fue el asombro de todos sus coetáneos. Miguel Ángel se apoyó en el significado mágico del círculo y utilizó como figura central la del  cristo enérgico que exigía la contrarreforma protestante. Con un golpe de mano hacía girar toda la escena y entre los santos que le rodean  destacó a sus pies la figura de San Bartolomé que mantiene en sus brazos su propia piel y en donde Miguel Ángel  no duda en autoretratarse. Se vivía un renacer de la cultura clásica que surgía a borgotones del subsuelo de la ciudad. En esa época la influencia de España se hacía notar en una Italia que se desangraba con guerras entre sus ciudades pero que a su vez fue fuente de ilustres personajes que llegaron a pasar por Canarias como fue el caso del ingeniero Leonardo Torriani. Esta influencia romana se hacía presente en los actos protocolarios del imperio español y consta, por ejemplo, como Felipe II en sus viajes por la península era recibido con arcos triunfales hechos a base de yedra, naranjos, verduras y diferentes flores y frutos [i]



Para lo romanos, así como para otras culturas, estos arcos enramados venían a representar al árbol sagrado, la figura mítica que unía lo terrenal con lo celestial, lo sagrado. Tanto el Haya (Fagus sylvaticus) como el Acebo (Ilex angustifolia) fueron árboles que se utilizaron con este propósito. El Acebo estuvo vinculado al Dios de la agricultura, Saturno, y se mostraba presente en sus fiestas del solsticio de invierno. A la luz de las velas se celebraba que las actividades agrícolas cesaban con la llegada del invierno y los días comenzaban a ser mayores. Esta fecha terminó cristianizándose con la celebración de la Navidad, son las hojas y los frutos rojos del Acebo las que solemos utilizar en los adornos navideños. El árbol de Jesé es otro ejemplo de sincretismo religioso que estuvo especial énfasis en la época de la conquista de Canarias. En él se representaba el árbol genealógico de Jesús con la intención, sobre todo, de reforzar la imagen de la Virgen de especial relevancia en esta época de reformas y contrarreformas. Este árbol de Jesé lo podemos contemplar tanto en Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela como en la Catedral de Burgos, capitales eclesiásticas y políticas para los castellanos del momento.




La presencia mayoritaria de los vegetales en el Ara Pacis nos viene a indicar que para los romanos era la mejor manera de representar el resurgir de la vida tras el invierno, la organización de la vida a partir de la materia inerte. La figura central que se eligió y de la que parten luego las diferentes revolutas de helechos como símbolo de un renacer y por tanto de inmortalidad es un Acanthus, una planta mediterránea que aparenta desaparecer con la sequía del verano rebrotando tras el invierno y confirmando con ello una muerte sólo en apariencia. En el ápice del acanthus surge una de las pocas figuras de animales un cisne cantor en una clara alusión a Apolo. Augusto tenía predilección por él, era entre otros el Dios de la luz, de la verdad, el dios del sol, el Dios “uno” y se le se solía representar con el sol radiante detrás de su cabeza.




A 300 metros del Coliseum se erige una de las iglesias más antiguas de Roma, la iglesia protocristiana de San Clemente. San Clemente fue el tercer papa de la iglesia y el que instauró la costumbre de cambiarse el nombre porque el suyo no podía ser más pagano, Mercurio. En su ábside podemos constatar cómo fueron cristianizados estas costumbres romanas y podemos observar como la Cruz de Cristo brota de un Acanthus sustituyendo al concepto del árbol de la vida y que a su vez hace de eje de multitud de revolutas. Las revolutas son en este caso de vid en una clara alusión a la sangre de Cristo. De la Cruz mana un río que se divide en cuatro cursos de agua, los ríos Fison, Tigris, Geon y Eufrates que van a regar el paraíso y al mundo entero. En el mosaico encontramos palomas que simbolizan el alma, animales que apagan su sed en los cuatro ríos. El cisne cantor romano es sustituido en su ápice por el ave Fénix que renace de sus cenizas, con la Mano de Dios sujetando la corona de Rey y el Chrismón o monograma de Cristo.




Esta devoción a la cruz o al santo madero fue difundida por  la orden mendicante  de San Francisco que inspirándose en San Agustín se oponía al aristotelismo dominico. Mientras San Buenaventura enseñaba que la fruta medicinal del árbol de la vida era Cristo mismo,  San Alberto Magno (dominico) decía de la eucaristía, el cuerpo y la sangre de cristo, es el fruto del árbol de la vida.
A San Buenaventura se le considera el refundador de la Orden de San Francisco y fue pieza clave en el concilio ecuméncio de Lyon cuando se trataba el tema de la unión de los griegos ortodoxos. Es el patrono de la isla de Fuerteventura y de Betancuria recordándonos la presencia temprana de esta orden en las islas anterior incluso a la conquista. Es clásica la imagen de San Francisco contemplando el crucifijo cual si de un espejo de mano se tratase. Fue la orden de San Francisco la que custodió durante siglos al Cristo de La Laguna dando nombre a la que hoy conocemos mejor como la plaza del Cristo.




San Buenaventura tiene entre sus obras el Lignum Vitae, el árbol de la vida o el árbol de cristo un directorio de la vida espiritual o mística que tuvo una gran influencia en el arte de la época. Con una evidente finalidad didáctica se imagina un árbol dividido en tres partes en cuya base se sitúa el origen, en el medio la pasión para terminar con la glorificación. De cada una de las partes salen cuatro ramas cada una de ellas con una estrofa, hasta componer un total de doce de los que parten sus respectivos frutos. Esta obra tuvo multitud de interpretaciones artísticas. Pacino di Bonaguida crea un imponente árbol de la vida o de la Verdadera Cruz en la que desarrolla sobretodo la parte media de la pasión. Cristo aparece en la Cruz coronado con un pelícano que viene a representar la redención de los hijos utilizando la sangre del padre. El pelícano había sido ya utilizado por San Agustín ya que era capaz de lesionarse a sí mismo para con su sangre alimentar a sus crías. La simbología del pelícano fue muy utilizada hasta nuestros días, la podemos contemplar por ejemplo en la Sagrada Familia muy acorde con la arquitectura orgánica de Gaudí.




Esta simbología de bosque sagrado y árbol de la vida ha sido ampliamente utilizado en la cultura cristiana llegando incluso a nuestros día La podemos contemplar tanto en una iglesia sueca del siglo XI como en los cuadros del pintor simbólico de finales de siglo XIX Gustav Klimt. Bonaguida va más allá y representa también una cueva en su base con una figura de un santo franciscano que enigmáticamente está tachado. Por similitud con el árbol de Jesé, esta santo está ocupando el puesto del Padre. En el Apocalípsis de Juan, Jesús afirma : Yo soy la raíz y el retoño de David, pero si esta representación la trasladamos a la iglesia protocristiana de San Clemente bien podría aludir a lo que los padres dominicos, que la custodian, han rescatado en sus excavaciones. La Iglesia de San Clemente tiene hasta dos niveles de antigüedad por debajo de la actual. la más profunda ha revelado una cultura que coexistió con los primeros cristianos, la cultura mitraica.




La religión mitraica fue en el imperio romano coetánea de la cristiana y con ella llegó incluso a competir. Proveniente de sus fronteras más orientales (indo-iraní) fue introducida por sus legionarios y decayendo a medida lo iba haciendo el imperio, al mismo tiempo que crecía la cristiana apoyada por Constantino. Las similitudes entre ambas religiones es más que evidente.




Mitra después de nacer el día más corto del año, el 25 de diciembre, fue adorado por pastores y bebió del manantial sagrado. Dominó al toro que arrastrándolo lo llevó a la cueva. Un cuervo enviado por el Sol le avisó que debía realizar el sacrificio, y el dios, sujetando al toro, le clavó el cuchillo en el flanco. De la columna vertebral del toro salió trigo, y vino de su sangre. Su semen, recogido y purificado por la luna, produjo animales útiles para el hombre. Llegaron entonces el perro, que se alimentó del grano, el escorpión, que aferró los testículos del toro con sus pinzas, y la serpiente. En el banquete ritual de los mitraicos, la carne no se comía, se bebía  agua o vino como símbolo de la sangre del toro acompañándose del pan. De esta forma nos llegó de oriente nuestra cultura mítica  del pan y del vino, siempre hemos buscado la espiritualidad en oriente, no en vano es por ahí por donde  sale el sol. La fiesta del Corpus vino a escenificar esta devoción que requería un entorno propicio. Se utilízó nuestro monteverde con esta finalidad y tenemos en Sabino Berthelot en el siglo XIX a su mejor narrador. En su excursión por Güimar en 1827  describía esta escenificación con todo lujo de detalles [ii], un ambiente que sin duda se repetía en toda la isla y que a día de hoy todavía podemos observar en algunas fiestas patronales como las de San Antonio de Padua en Garafía .


Los árboles, plantados simétricamente al paso de la procesión, formaban alamedas regulares y se extendían como un laberinto por las calles adyacentes. Güimar presentaba aquel día el aspecto de un pueblo alegre divirtiéndose en medio de jardines recién creados por un poder mágico




[i] María Victoria Hernández Pérez. La Isla de la Palma. Las fiestas y las tradiciones
[ii] Barker-Webb, P y Sabino Berthelot. La historia la natural de las Islas Canarias