A medida que pasan los años, vamos tomando
conciencia de la importancia que tiene nuestra memoria; y el envejecimiento de
la población no hace otra cosa que recordárnoslo. Narrar la historia de lo
cotidiano exige indagar en la de nuestros ancestros, leyendo entre líneas y
buscando la letra pequeña. Cuando me encontré hojeando el testamento de
Gregorio Suárez (primer licenciado de
este pueblo y, probablemente, el más ilustre personaje que este ha dado), nunca
tuve la sensación de estar invadiendo su intimidad sino que, al contrario, me
encontré investigando la vida de alguien que pedía a gritos que le sacaran del
ostracismo al que la historia le había relegado.
Esto es lo que realmente persigue la
recuperación de la memoria histórica de un pueblo; aquel que, por pura salud,
necesita saber enfrentarse con su pasado. Este pasado, en muchos casos, está
tergiversado porque siempre es narrado por parte de los que han vencido. La
memoria histórica no tiene color, nunca debería tener fecha de entrada en vigor
ni, por supuesto, de caducidad; pues esta se vuelve añeja con el paso del
tiempo.
Muchas de estas cuestiones debió plantearse
José Trujillo Cabrera (1897-1977)
cuando, hace justo sesenta años, la comisión de fiestas de Julián Hipólito, a través
de Salvador González[1], le
solicitó que fuese el primer mantenedor de la Fiesta
de Arte de Tejina. Este cura era un gran conocedor de la historia del pueblo y
le hizo el trabajo de campo a Leopoldo de la Rosa Olivera, con quien publicó en
la Revista de Historia el artículo
más referenciado sobre Tejina: «Noticias historias de la Parroquia de San Bartolomé de Tejina»[2].
Don José Trujillo era un cura gomero e
ilustrado que fue párroco de Tejina en los duros años de la posguerra
(1941-1948) y que llegó a ser arcipreste de la Catedral. A él le debemos la
ampliación de la iglesia (que actualmente está sufriendo los achaques del paso
del tiempo con la aluminosis presente en la torre del campanario). Este cura se
estableció el objetivo de recuperar la memoria histórica de un paisano suyo, el
franciscano Antonio José Ruiz de Padrón al que, ciento cincuenta años antes, le
había tocado vivir el periodo de cambio entre la Ilustración y el Romanticismo (la
misma época en la que nos visitó otro gran ilustrado, Sabino Berthelot, el aventurero
naturista que terminó afincándose en nuestras islas).
Sabino Berthelot, en su quinta miscelánea, nos describió
su excursión por los montes de Anaga y su paso por Tejina. De este modo nos pudo
dar muestras de los hábitos alimenticios: el ron que había suplantado a la
parra y el gofio como sustituto al pan, que se reservaba para las clases más
pudientes. Además, identificó plantas como el tomillo (Thynus tenriffae)
o el cardón (Euphorbia canariensis) con las que, posteriormente, elaboró
unas láminas de una calidad sorprendente dado que fueron remitidas a los
mejores grabadores europeos que existían en la época[3].
Cuando Sabino Berthelot llegó a Tejina,
pernoctó en casa de Juan Machado y contactó con el cura del pueblo, José Nicolás de León. Pese a su
anticlericalismo liberal, Berthelot sabía reconocer el papel que estos curas
rurales estaban desarrollando en la formación de los vecinos. Valoró el
carácter abierto del párroco y su implicación social en esta época de
revoluciones; nada que ver con los que, unos años después, traería el Absolutismo.
No dudaba por ello en opinar que:
«El cura del pueblo es el árbitro soberano del lugar: su palabra es
inapelable, su voluntad es casi absoluta, sus juicios infalibles:¡El cura lo ha
dicho!, es artículo de fe. Abogado de todas las causas, árbitro de todas las
discusiones, a él se le consulta antes que a nadie y todo el mundo acata sus
decisiones. El cura es generalmente el consejero del alcalde, quien reclama
siempre su opinión en las cuestiones graves y difíciles».
Por Tejina han pasado exactamente cincuenta
curas desde que ─hace algo más de quinientos años─
castellanos, portugueses,
genoveses y flamencos, sobre todo, procedieron a la conquista y el poblamiento
de esta isla. En su equinoccio, hace unos doscientos cincuenta años, se produjo
en Europa un cambio social y cultural sin igual que requirió de la
participación activa de este clero, tal y como nos recuerda el máximo exponente
canario, el realejero y arcediano de Fuerteventura, José Viera y Clavijo. Tuvo
lugar por ese entonces un cambio en la mentalidad que muchos consideran que fue
lo que permitió alcanzar la verdadera madurez del ser humano. Ante el fanatismo,
se imponía la duda, y el uso de la razón dio lugar al Siglo de las Luces.
En Europa se considera que la Ilustración concluyó
con la Revolución Francesa (en España, en cambio, se mantuvo hasta el siglo xix) y los clásicos, que reaparecieron con
el Renacimiento, adquirieron más protagonismo. En España este cambio también se
produjo y el Régimen absolutista, ya decadente, dio paso al Régimen
constitucional de las Cortes de Cádiz de 1812. A esta época se le considera la Edad
de Oro de la cultura canaria, ya que el Renacimiento lo vivimos en plena
conquista.
Una de las referencias más antiguas que
tenemos de las fiestas de Tejina nos la ofreció uno de estos ilustrados, vecino
de Valle Guerra, Juan Primo de la Guerray del Hoyo (1775-1810), iii Vizconde del Buen Paso y tío de otro
vecino de Tejina llamado Juan Machado Dapelo, quien había retornado de las Américas,
donde había muerto su padre, Gonzalo Machado de la Guerra.

Vivía Juan Machado en la casa que
conocíamos en Tejina como la casa del Manisero, en la que, posteriormente,
también vivieron Gregorio Suárez y Tomás
González Rivero y donde pernoctó Sabino Berthelot. Juan Primo de la Guerra
era, a su vez, hijo, sobrino y nieto de los ilustrados que dieron origen a la
Tertulia de Nava. De las fiestas de Tejina comentaba, pues, que tenía una
librea similar a la de otros pueblos, consistente en ofrendas a san Bartolomé
desde los barcos, pero embellecida ese año con la presencia física del
Regimiento de Ultonia (unos mercenarios irlandeses que vinieron con Cagigal, el
Capitán General en Canarias en el momento de la invasión napoleónica).
Juan Primo de la Guerra[4] fue un personaje
controvertido e ilustrado, como le correspondía a todo aristócrata
tradicionalista interesado por las nuevas tendencias. En cierta medida, algo
heredó de su abuelo, el primer Vizconde, quien también era Marqués de San
Andrés y Siete Fuentes. Ambos fueron encarcelados en Paso Alto por cuestiones
de amor.
Cristóbal del Hoyo (1677-1762)[5], su abuelo, había nacido
en Tazacorte, de donde era su madre (Ana
Jacinta de Sotomayor), mientras que su padre era de Garachico (Gaspar del Hoyo). La educación aristócrata de este preilustrado le hizo vivir en diferentes
puertos y ciudades, como Madrid, Lisboa o París. Una vida viajera y azarosa que
llegó a encandilar al joven Viera y Clavijo, miembro también de la Tertulia de
Nava.
La aristocracia rural canaria era la que realmente
tenía poder adquisitivo para permitirse esta
educación, y no dudó en formarse
en las mejores universidades europeas ─ya Paracelso, uno de los padres de la Farmacia,
sentenciaba que el espíritu viajero era condición imprescindible para una
adecuada formación─. Universidades como Salamanca, Alcalá, Sigüenza, Sevilla,
Montpellier, París o Edimburgo fueron frecuentadas por los mismos, quienes incluso
llegaron a ocupar puestos de responsabilidad, como fue el caso de Amaro
González de Mesa que llegó a ser rector de la Universidad de Salamanca.
En Canarias, el primer embrión
universitario fue llevado a cabo por los dominicos, pero fueron los agustinos
los agraciados con la concesión para impartir la formación superior en
Canarias. Esto ocasionó una competencia total por parte de los primeros, lo que
provocó que, solo tres años después de
su apertura Fernando vii
ordenase la supresión de la Universidad Eclesiástica de La Laguna y se abriera en su lugar el
Seminario Conciliar de Las Palmas en atención a ser la sede catedralicia. Esto
explica que el clero de finales del siglo xviii
y principios del xix produjese un
gran número de ilustrados. La influencia de los obispos Tavira y Verdugo,
titulares de la mitra de Canarias, se dejó sentir. El Seminario Conciliar de
Las Palmas tuvo en sus aulas a figuras como don Pedro Gordillo, don Juan
Casañas de Frías, don Graciliano Afonso y don José Viera y Clavijo. Muchos
actuaron en política caracterizándose por un liberalismo más o menos exaltado y
por sus ideas avanzadas. Por ejemplo, tres de los cuatro diputados doceañistas
canarios pertenecían al clero. Así, mientras que Key era un absolutista y
Gordillo un romántico exaltado, Antonio José Ruiz de Padrón (1757-1823) fue un
ilustrado.

José Trujillo Cabrera se encargó de
biografiar a este paisano suyo a quien la historia había maltratado[6]. A este fraile franciscano
las inclemencias del tiempo le hicieron arribar en las costas de Pensilvania en
lugar de en su destino, que era la isla de Cuba, y fue tratado de ignorante, hereje y mal español cuando, en
realidad, llegó a predicar sobre la tolerancia y en contra la Inquisición en
tierras americanas e, incluso, entabló amistad con Benjamín Franklin y participó
en sus tertulias.
Este fraile gomero, cuya única formación la
recibió de manos de los franciscanos de la plaza de San Francisco (en El
Cristo), participó directa y activamente en tierras gallegas en la Guerra de la
Independencia en contra del invasor. Su carácter liberal le ocasionó ser un
claro antijesuita lo que, probablemente, la historia no le perdonó.
Como decía el propio Gregorio Marañón, los
jesuitas eran entonces lo mejor del clero y de la vida cultural española. Esto
contrasta hoy en día con un papa jesuita que adquiere el nombre de Francisco
pero, entonces, todos los liberales, ilustrados y exaltados eran claramente
antijesuitas.
Esta influencia del seminario conciliar de
Las Palmas también se hizo notar en el clero que ejerció en Tejina. A comienzos
del siglo xix fueron párrocos de
Tejina los hermanos Quintero y Estévez. José
de la Concepción Quintero y Estévez fue condiscípulo de Juan Primo de la
Guerra en clases de Gramática. Fue párroco de Tejina en 1802 y a este le
continuó su hermano, Santiago Raymond.
José Quintero fue el que nos trajo desde Las Palmas la imagen de la Dolorosa,
que se atribuye a Luján; así como el coro y su sillería, una cesión de la Catedral que bien podría justificar
el origen de la afición musical de Tejina.
A José de la Concepción Quintero y Estévez
se le reconoce otro mérito principal, el de ser el
introductor de la cochinilla
en Canarias. Este cultivo tuvo una especial vigencia en Tejina, sobre todo en
las parcelas de regadío de Arico cultivadas de nopales por Gregorio Suárez en
su mejor momento. La importancia de la cochinilla fue de tal calibre que veinticinco
años después de su introducción ya se discutía acaloradamente en la prensa sobre
quién debería recibir los honores de su descubrimiento.
El boticario y alcalde lagunero Leodegario
Santos narraba en La Aurora este
debate. Parece ser que en la época los méritos los recibió un cirujano militar
llamado Santiago de la Cruz que fue su cultivador y propagador. Consta allí cómo
se lo transmitió a Villavicencio, boticario de origen lagunero ejerciente en
Las Palmas, olvidando que fue José de la Concepción Quintero Estévez quien
trajo la penca infectada del insecto desde Cádiz. Como también fue el
introductor de otras plantas como el aguacate, para lo que le hacían llegar
semillas de La Habana de vainilla, carmita, carmitos, tamarindo, árbol
encarnado, árbol grande de haba encarnada, zapote, mamones o mamey, entre otras[7].
José Quintero, al dejar Tejina, se
trasladó a la parroquia de Los Remedios en La Laguna, y allí tuvo una gran
implicación en la Real Sociedad Económica Amigos del País de Tenerife, de la
que se convirtió en su onceavo presidente. En sus últimos años, fue pieza clave
en el mantenimiento del Jardín Botánico de aclimatación de la Orotava, creado
en 1788, tres meses antes de morir Carlos iii,
y en el que tanto influyó Antonio
Porlier y Sopranis[8], Ministro de Justicia y
Gracia y Marqués de Bajamar.
Este apellido, que nos suena tanto en
Tejina, junto con otro que también nos es familiar, el
de Juan Tabares Roo, fueron los
responsables de rescatar nuevamente la Universidad
para La Laguna en 1792. Sin embargo, la invasión francesa hizo que esta época
no fuese propicia y el obispo Tavira, amigo personal de Porlier, no supo
agilizar los trámites administrativos de la que se llegó a llamar «Universidad
Literaria Canaria». Se tuvo que esperar a 1816 para que, en época de Fernando vii, abriese sus puertas la que se llamó
«Universidad de San Fernando de La Laguna», como refundación de la anterior.

Nuevamente, esta universidad solo duró treinta
años, los suficientes para que en sus aulas se formase a los primeros
licenciados contemporáneos de La Laguna, entre ellos el primer licenciado
tejinero: Gregorio Suárez de Armas y
Morales. Este fue alcalde de La Laguna, Diputado Provincial, Diputado a
Cortes en varias ocasiones y Senador Real, y fue condecorado en sus últimos
años con la medalla de Isabel la Católica por su joven participación en la
defensa de la segunda invasión francesa, la de los Cien mil hijos de San Luis.
Gregorio Suárez es el mejor ejemplo del
ascenso de la burguesía rural en esta época ilustrada. La pregunta que surge a
raíz de esto es la de cómo pudo haber sido su formación inicial en Tejina en
unos momentos en los que solo existían dos escuelas en Tenerife, una en La
Laguna y otra en la Orotava.
Esta dotación escolar contrastaba con el
medio centenar de cenobios que existían en Canarias como herencia de un medievo
que había concentrado el saber en los monasterios. Nuevamente, el formador de
las primera letras de Gregorio Suárez fue, probablemente, otro cura con
experiencia docente contrastada; en esta ocasión, el prior del convento de San
Agustín de Tacoronte al que las políticas de desamortización le habían obligado
a secularizarse convirtiéndose en el cura párroco de Tejina coetáneo de Antonio
Pereira y Pacheco, quien entonces lo era de Tegueste.
A este cura, José Nicolás de León, le debemos la construcción del cementerio y el
establecimiento de las bases de la primera escuela de Tejina, cuyo nombramiento
oficial le correspondió a su sucesor, Juan Espinosa y Salas. A José Nicolás le
acompañaba un sorchantre tacorontero afincado en Tejina llamado José Antonio
Suárez Delgado, que solía hacer de fe de
fechos (secretario), tanto de la Alhóndiga como del Ayuntamiento.
Si era difícil encontrar a alguien que
supiera leer y escribir, mucho más lo era que tuviese conocimientos musicales. Pues
en esa época existían en toda Canarias tan solo treinta y seis escuelas de
niños y dieciséis de niñas, lo que consiguió reducir el 80 % de analfabetismo
que existía en Canarias a un 70 %. La dotación que existía en Canarias era un
tercio de la media del resto del territorio nacional, que ya era de por sí muy
precaria. En esa misma época, nacía en Tejina una niña (hija de la sacristana
Juliana Farias y de José Espinosa) a la que llamaron Concepción y que, diecinueve
años después, se convertiría en la primera maestra para niñas de Tejina.
procedía de Arafo y estuvo vinculado con Tejina cerca de cuarenta
años, hasta prácticamente su muerte. Don Fausto, que estaba dotado de un
carácter muy singular, había obtenido su plaza por oposición antes incluso de
ser ordenado sacerdote, y siempre mantuvo contacto con su pueblo natal. Al
igual que lo hizo José Nicolás, don Fausto se hizo acompañar de otro paisano,
José Quintero, conocido en Tejina como «Pepe el Sochantre» que casó con
Concepción y de cuyo matrimonio nació María Dolores Quintero Farias. Como bien
recuerdan los más viejos de Tejina, fue su madre,
Concepción Espinosa Farias, la que sacó del analfabetismo a la
mayoría de residentes de Tejina, quienes disfrutaban de una dotación muy
precaria pero superior a la que se disponía en otros pueblos.
Fue
la política de Carlos iv, a través
del corregidor Bernard un siglo antes, la que había comunicado a los sesenta
núcleos docentes de Canarias, entre ellos a Tejina, su intención de que la financiación
de la educación estuviese a cargo de las ganancias anuales del fondo de las
alhóndigas, como la que en ese momento se disponía en Tejina[9].
Como vemos, la presencia ilustrada en
Tejina no fue ni mucho menos escasa, todo lo contrario, y esto produjo sus
frutos. El argumento que siempre nos han transmitido sobre la pérdida de
nuestra identidad como ayuntamiento, en base a la inexistencia de personas que supiesen
leer y escribir, es falso y requiere ser contextualizado. En ese momento se
pasaba de un régimen absolutista a otro constitucional en el que solo votaban
los grandes hacendados. La Revolución Francesa había extendido entre las clases
más pudientes el temor de que las clases populares obtuviesen el poder. El
sufragio universal solo se consiguió varias décadas después, y se utilizó al
analfabetismo (que alcanzaba al 80 % de la población canaria) como principal
argumento para no permitir que estas clases menos pudientes alcanzaran el poder.
La crisis política de este siglo xix ─con
las continuas revoluciones y alternancias en el poder─ y sobre todo la
económica, con la emigración a América, hicieron el resto.
Se requiere más investigación sobre un
siglo tan complicado como lo fue el xix
para saber si Gregorio Suárez realmente fue héroe o villano de su propio
pueblo. En cuanto a su forma de sentir, siempre me he inclinado a recordar que
fue en sus casas de Tejina donde quisieron morir personas como Adolfo González
Rivero, su hermano mayor, Tomás, y el mismo Gregorio Suárez de Armas y Morales.
Tres generaciones familiares de políticos iniciadas dos generaciones antes por
Juan Machado Dapelo, regidor de La Laguna y miembro de la Junta Militar de
Moreno.
El nuevo régimen estaba dando origen a los
partidos políticos tal y como hoy los entendemos. Hasta entonces, no existían
partidos sino personas, de igual forma que en la Edad Media no se servían a
naciones sino a reyes, y este era terreno abonado para que surgiera la figura
del cacique. Esta mentalidad nos puede parecer hoy en día obsoleta pero, en
aquel entonces, el enemigo que había que batir era el Absolutismo. Hoy, en
cambio, debatimos lo contrario; se reivindican listas abiertas porque queremos
reconocer a quién votamos, porque ya somos conscientes de que el espíritu
caciquil puede presentarse con diferentes rostros.
La primera República, la que llegó tras «La
Gloriosa», se formó sin republicanos porque todavía no existían, solo existían
liberales, más o menos exaltados, que fueron evolucionando tomando las ideas de
Libertad, Igualdad y Fraternidad de la Revolución Francesa. Dichas ideas
tuvieron una evolución vertiginosa en los años treinta y cuarenta del siglo xix; los años en los que se formó
políticamente Gregorio Suárez, en los albores de los partidos políticos.
[1]
Ruiz, M.J. y Hernández, G. Fiesta de San Bartolomé de Tejina,
(1997), pág. 62.
[2] Leopoldo de la Rosa Olivera. Noticias Históricas de la Parroquia de San
Bartolomé de Tejina. Revista de Historia, abril-junio 1943, nº 62, págs. 85-98.
[3] Parker-Webb y Sabino Berthelot, Historia Natural de las Islas Canarias,
Tomo II, 2ª parte.
[4] Primo de la Guerra, J. Diario 1808-1810.
[5] Hernández González, M.A., Biografía del Vizconde del Buen Paso,
(1989).
[6] Trujillo Cabrera, C., Mi don Antonio José Ruiz de Padrón, Santa Cruz de Tenerife, (1971).
[7] Machado, J.L., El Real Jardín Botánico de Aclimatación de la Orotava en sus fuentes
documentales, (1839), pág. 240.
[8] Historia del Jardín Botánico de la Orotava, (1880). Gabinete Científico de Santa
Cruz.
[9] Santos José y Vega Ana, Documentos para la escolarización en
Canarias. Tenerife en 1790, (2009).