La constitución de las Cortes de
Cádiz en 1812 y su espíritu descentralizador supuso un cambio para La Laguna con una gran
significación histórica por el traslado de la capitalidad a Santa Cruz de
Tenerife. Una pujante burguesía estaba desplazando en influencia social a una
aristocracia rural. Sólo unos años antes se había creado la Real Sociedad
Económica de Amigos del País de Tenerife (1777) comenzándose a democratizar la
actividad cultural en sociedades. Las tertulias de rebotica en las farmacias se
constituyeron como una evolución natural de esta democratización. Así Ortega y
Gasset, referente español del siglo XX, subrayaba que desde la farmakeia
griega, adonde Pericles acudía a parlamentar y adquirir ungüentos, hasta
nuestros días, la botica ha sido siempre cenáculo escondido, ágora abierta al
debate, centro de conspiración, teatro de los ingenios.
Ese espíritu descentralizador de
comienzos de siglo XIX, trajo consigo también las disputas interinsulares, siendo la
epidemia de cólera morbo de 1851 con 6.000 muertes la que agravó el espíritu
secesionista de Las Palmas de Gran Canaria con respecto a Tenerife. Algo
similar ocurrió a principios del
siglo siguiente con Tejina y
En España nada
tuvo que ver la dura década de los años 30 con los felices años 20 europeos,
sin embargo, el descubrimiento de la penicilina y la del DDT, antibióticos e
insecticidas, cambiaría en pocos años la forma de entender la farmacia
introduciéndola directamente en la era industrial. Aparecieron entonces las
especialidades farmacéuticas y con ella la competencia entre droguerías y
farmacias obligando a los farmacéuticos a organizarnos en cooperativas. Surgió
de esta forma en Tenerife en el año 1930 el Centro Farmacéutico como el
verdadero pilar de la comercialización del medicamento tal y como seguimos
entendiéndolo en la actualidad. Nuestra privilegiada situación marítima y el
comercio de nuestro productos agrícolas nos permitían tener en nuestras
estanterías casas comerciales poco conocidas en la península como la Adrián de Paris, la Park Davis de
Inglaterra o la Merck
de Alemania.
Por el
contrario fue una época donde era corriente los entierros de féretros blancos
muchos de ellos ocasionados por el cólico “miserere” en los niños y donde
enfrentarse a enfermedades como la tuberculosis puso de moda los sanatorios de
alta montaña como único recurso frente a al enfermedad, tal y como el que se creó
en Izaña. Pero sobre todo, se tenía aún muy presente los estragos de la mal
llamada gripe española que llegó a
cobrarse la vida en acto de servicio de dos médicos laguneros, el veterano
médico municipal Dr. D. Manuel Olivera y Olivera y el Dr. D. Antonio Zerolo y Álvarez, que aunque ejercía en Güimar, se había trasladado a su ciudad natal para ayudar en la epidemia. Esta situación dejó al ayuntamiento con sólo dos médicos tal y como se puede constatar en el acta municipal de 18 de diciembre de 1918. Es en esta coyuntura de alarma social en la que el pueblo de Tejina requiere un año después y a iniciativa del Sr. González Rivero un médico con residencia en la zona tal y como se puede comprobar en las actas municipales de 2 de junio de 1919. De igual forma se puede comprobar la
existencia el 11 de enero de un
contencioso con el médico interino D. Luis Álvarez Castro y entre éste y el Dr.
D. Fernando Reig Chisvert en el que se le recuerda por parte del pleno que la
plaza que ostenta fue creada como “voluntaria y al solo efecto de que el
facultativo que la desempeñara prestase sus servicios a los vecinos pobres de
Tejina, Valle Guerra, Bajamar y Punta del Hidalgo”.
Esta lejanía
en el tiempo nos facilita contar estas historias, y otras más cercanas que nos
narran y describen lo cotidiano acercándonos más a la realidad del momento.
Ejemplo de ésto fueron las peripecias que se sufría para conseguir la
penicilina. La dificultad de obtener este preciado antibiótico junto con la
inexistencia aún de corriente eléctrica hacían cuestión de vida o muerte el
trato con el cambullón a través de Carlos “el guarda”. Esa penicilina que con
frecuencia se descargaba en Las Barranqueras bajo la supervisión de la propia
guardia civil requería de camioneros como Juan Ramos conocedores de
los estrechos y tortuosos caminos de la costa que sabía sortear con las luces
apagadas del camión. De cómo afectaba la enfermedad a la vida cotidiana tengo
un buen ejemplo en mi propia familia, la de los Matías, que la enfermedad y muerte
en muy breve espacio de tiempo de cuatro de sus miembros a punto estuvo de
arruinar a la misma. Este problema se resolvió unos años después con la
aprobación del
Seguro Obligatorio de Enfermedad en la ley de 14 de diciembre de 1942 y la firma el 19 de agosto de 1944 del primer convenio para la prestación de Asistencia Farmacéutica entre el Instituto Nacional de Previsión y el Consejo General de Colegios Oficiales Farmacéuticos. Comenzaba a funcionar el Seguro de Enfermedad que con el tiempo iría sustituyendo a la beneficencia como única medida oficial que hasta entonces se tenía de garantía sanitaria pública a la población.
Seguro Obligatorio de Enfermedad en la ley de 14 de diciembre de 1942 y la firma el 19 de agosto de 1944 del primer convenio para la prestación de Asistencia Farmacéutica entre el Instituto Nacional de Previsión y el Consejo General de Colegios Oficiales Farmacéuticos. Comenzaba a funcionar el Seguro de Enfermedad que con el tiempo iría sustituyendo a la beneficencia como única medida oficial que hasta entonces se tenía de garantía sanitaria pública a la población.
Artículo extraido del periódico Mesa de Tejina
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