martes, 21 de agosto de 2018

Camino de San Bartolomé (III), surcando el atlántico por las costas de Portugal






Wladimiro Rodríguez Brito, exconsejero de Medio Ambiente, acaba de describirnos la realidad del campo lagunero que en esencia es la de nuestra comarca del Nordeste. La comarca agrícola por excelencia del municipio más agrícola de la isla. Lo ha llevado a cabo con cuatro magníficos artículos en los que no dudó en utilizar  una expresión de Pedro Molina para su título, La Laguna y los surcos. La utilización de los surcos como huella de trabajo y  laboriosidad  está muy arraigada en nuestra cultura cristiana. San Josemaría Escribá la utilizó junto con Forja para completar su trilogía de Camino. Ya la biblia nos describe a Jesucristo como el Camino, la Verdad y la Vida, como el ejemplo a seguir para una correcta vida cristiana. Parábolas como la del Sembrador o la del Trigo y la Cizaña han formado parte del cuerpo doctrinal  de la iglesia que por todos es conocido y que están en el origen de expresiones de ese tipo.



La búsqueda de la verdad, de lo que hay más allá de lo desconocido, ha sido un anhelo de todas las culturas. El Camino de Santiago es un ejemplo de este anhelo. Patrimonio de la Humanidad en 1993 y premio  Príncipe de Asturias de la Concordia en 2004,  al Camino de Santiago se le considera el origen de la construcción de Europa, y es en realidad la superposición de otro más antiguo que siguiendo el movimiento del sol terminaba en el “Finisterre”. Cualquier otra ruta que se pretendiese continuar necesitaba obligatoriamente ser acuática, sobre el océano Atlántico, la cual, siguiendo los puertos de cabotaje enlazaba también con  puertos mediterráneos como Venecia, Roma o Génova. Estas rutas establecieron las transacciones comerciales y forjó los lazos culturales entre los pueblos que nos han dado nuestra identidad.



En el siglo XII el dominico obispo de Génova, Santiago de Vorágine, recopiló todas las historias de los santos en su obra la Leyenda Áurea, un texto sin rigor histórico cuya finalidad era exclusivamente devocional. Tras la invención de la imprenta, dos siglos después, su influencia fue enorme. La iconografía que hoy tenemos sobre los santos se lo debemos a ella. De igual forma nos transmitió la posible conexión entre San Bartolomé y San Agustín. Fue San Ambrosio, el que convenció a  San Agustín para que abandonase sus inclinaciones maniqueas y abrazase las del cristianismo. San Ambrosio resaltaba que sólo San Pablo equiparaba en importancia a San Bartolomé probablemente porque ya era la devoción más popular de la Edad Media[i], sólo superado por el diablo. La historia que hoy en día conocemos sobre San Bartolomé la encontramos perfectamente narrada en ella, una historia que se repitió en todos los pueblos y que la podemos observar grabada en piedra en el enterramiento de Pedro I rey portugués (1320-1367) en el monasterio de Alcobaca. La especial devoción del rey portugués por San Bartolomé, derivado de su tartamudez, hizo plasmar su historia en piedra en su sepulcro y el de su amada Inés,  convirtiéndolo en uno de los exponentes máximos del arte funerario medieval en toda Europa.



La historia de amor entre Pedro e Inés, fue muy peculiar y ha sido narrado por cronistas, poetas y artistas de todos los tiempos y nacionalidades. Pedro se enamoró de la mujer inadecuada para su padre en el momento más inoportuno. Inés era la dama de compañía de la que era su pretendiente, Doña Constanza, en el momento que se le proponía como alternativa a la corona de Castilla. Alfonso IV, padre de Pedro no dudó en asesinar a Inés. Es la leyenda la que cuenta como Pedro I se vengó tras la muerte de su padre de los nobles que ejecutaron el asesinato de Inés de Castro.




            La historia  que utiliza Pedro para su sepultura, complemento de la de Inés, contiene en doce episodios  la vida San Bartolomé que incluye tres de su infancia que no aparecen recogidas en la Leyenda Áurea pero que eran conocidas por el pueblo. San Bartolomé fue raptado por el diablo, dejando en su lugar una figura diabólica que ni crecía ni dejaba de llorar. Abandonado Bartolomé en la montaña para que muriese de frío es recogido por un sacerdote judío que lo cuida durante tres años. Un joven Bartolomé regresa para desenmascarar al intruso. Estos episodios están descritos en el manuscrito flamenco nº 1116, fechado en el siglo XV de la Bibliothèque Royale de Bruselas. De esta creencia deriva el papel protector de San Bartolomé de niños tartamudos y con problemas psicológicos y la costumbre de los baños sagrados como los que se producen en las playas de Esposende al norte de Portugal en la conocida romería de San Bartolomé Do Mar. Esta romería va acompañado de un ritual a base de gallos como se repite en otros puntos del Camino de Santiago como en Santo Domingo de la Calzada o en el mismo Barcelos que da forma al icono más característico de Portugal. Las playas de San Bartolomé de la región de Braga son paso obligado para los peregrinos que desde Oporto se dirigían a Santiago de Compostela utilizando el camino de la costa.
El temor a la llegada del fin del mundo centraba todas las preocupaciones teniendo a Satanás como el verdadero protagonista de todas las historias, un temor que se alargó durante siglos como comprobamos en  el Beato de Liébana (Cantabria), que utilizó la narración del Apocalipsis de San Juan como verdadera arma teológica de la reconquista. Son muchos los que interpretan que esta conjunción de los hijos de Zebedeo, San Juan Evangelista narrando el Apocalipsis y Santiago el Mayor, el matamoros, simbolizan el origen de España. En el Beato podemos observar tanto al diablo amarrado, como a la protección femenina que simboliza a la Iglesia que con el tiempo daría origen a la figura de la Inmaculada Concepción.




En el caso del sepulcro de Pedro I, el papel protector de un San Bartolomé adulto aparece explicada a partir de la cuarta edícula que hace referencia a los episodios de evangelización por tierras de oriente. Estas representaciones descritas también en el Auto de los Apóstoles del monasterio de Alcobaca, así como en la Leyenda Áurea y el Acta Sanctorum:

“Es un hombre de estatura corriente, cabellos ensortijados y negros, tez blanca, ojos grandes, nariz recta y bien proporcionada, barba espesa y un poquito entrecana; va vestido con una túnica blanca estampada con dibujos rojos en forma de clavos, y con un manto blanco también ribeteado con una orla guarnecida de piedras preciosas de color de la púrpura. Ya hace veintiséis años que lleva esa ropa y las mismas sandalias; durante todo ese tiempo ni sus vestiduras ni su calzado se han deteriorado ni manchado”

El acto de exorcismo sobre la hija del rey Polimio están también representados en el sepulcro en una interpretación plástica de la liberación  de la princesa cuando la Leyenda Áurea narra:

“Haced lo que os mando; no tengáis miedo; no os morderá, porque yo tengo bien sujeto al demonio que la dominaba”

Esta seguridad sobre las criaturas de las tinieblas se deduce también de las cualidades físicas, al describir a Bartolomé como poseedor de una voz de sonoridad poderosa, característica que pudo haber contribuido a convertirlo en patrono de la tartamudez, defecto que sufría el propìo rey Don Pedro .



[i]  Sousa, A.C., Rosas, L.M..- Iconografía de San Bartolomé en el sepulcro de Pedro I (Monasterio de Alcobaca, Portugal)


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