En 1954 la Inspectora Dª Juana Quintero le
traspasó su farmacia de el Ramal de Tejina a D. Antonio M. Rodríguez Acosta
quien con los años se convirtió en el último Inspector Farmacéutico
Municipal del Ayuntamiento de La Laguna.
D.
Antonio Rodríguez dejó claro desde un principio su intención de mantenerse en
la plaza al comprar en propiedad los terrenos colindantes a la farmacia a
D.Domingo González del Castillo y la reforma inicial que le hizo a la
misma que aún perdura. Pero sobre todo le ayudó en esta permanencia el haberse
enamorado de una tejinera, Carmina, a la que conoció siendo dama de las
fiestas del pueblo en su primera celebración. Las propiedades que ésta heredó
de su padre Marcelino le permitieron a D. Antonio desarrollar su verdadera
vocación frustrada de Ingeniero Agrónomo. Toda su familia era originaria
Tazacorte, paraíso del plátano, de donde le viene la denominación de bagañete a
sus vecinos. Su madre enviudó cuando él sólo tenía un año, y esto le condicionó
económicamente no poder estudiar lo que realmente deseaba. Orientó su formación
hacia la farmacia ya que en Laguna se había fundado en 1919 no sólo la
facultad de Derecho sino también el preparatorio de Medicina y Farmacia, lo que
le permitía evitar el sobrecoste de un preparatorio de ingeniería en la
península, que él creía le iba a suponer varios años. El resto de la
carrera la realizó en Madrid, en la recién inaugurada sede de la Complutense,
pero siempre la orientó hacia la rama vegetal, especializándose en edafología,
el estudio del suelo, para lo cual dispuso de una beca que le permitió
trasladarse a Suiza. Esta estancia en el extranjero le permitió dominar el
alemán lo que reflejó en el cartel anunciador de la farmacia con su traducción
de “Apotheke” y que durante años hizo identificar a la farmacia como tal.
La especialización en edafología le
permitió afrontar con éxito el Mal de Panamá, enfermedad fúngica que afecta a
al sistema vascular de la platanera dejando la veta amarilla característica y
que llegó a afectar a casi al 80% de su producción. Para ello contrarrestaba
con materia orgánica el apelmazamiento de los suelos que ocasionaba el sodio de
la aguas salobres con las que se regaba. Valiéndose de su puesto de vocal de
análisis del Colegio Farmacéutico y de sus contactos en Madrid llegó a traer
personal especializado del Centro Superior de Investigaciones Científicas
(CSIC) con el que formar a los agricultores de la zona. Este interés por el Mal
de Panamá propició que entablara una gran amistad con D. Pedro
Ayerra Balmuz Jefe del Servicio de Extensión Agraria. lo que a su vez le
permitió los primeros contactos con la Cooperativa Agrícola de la que
veinte años después sería su presidente, desde 1983 hasta el año 2001. Su
especial vinculación con el Centro Farmacéutico y los resultados que con él se
obtuvieron, le convirtieron en un verdadero convencido del
cooperativismo. Casi 40 años de vinculación, la mitad de ellos con la responsabilidad
de la presidencia, de una entidad que se había fundado en 1947 bajo la
presidencia de Manuel Hernández González, como transformación de un sindicato
de cosecheros de tomates y que al menos para la familia de los Hipólitos
sólo fue siempre fuente de prosperidad, a diferencia de lo que le ocurrió al
farmacéutico D. José Asiul.
El 25 de marzo de 1963 se constituía en La Laguna el primer Consejo
Municipal de Sanidad como réplica de las Juntas Municipales de Sanidad del
siglo anterior. Tuvo como representante farmacéutico a D.Humberto Lecuona
Mac-Kay que había sustituido al recientemente fallecido D. José Rodríguez
de la farmacia Asiul, como también lo había sido dos generaciones antes con la
misma farmacia D. Valeriano Santos.
La
Inspección Farmacéutica requería de la presencia de laboratorio en la farmacia.
Y consta con consignaciones presupuestarias propias en el ayuntamiento desde
1926 con 125 pts. Estos laboratorios fueron los responsables del control
analítico del agua de consumo público que habían tenido especial
relevancia un siglo antes en el control de la epidemias de cólera morbo,
enfermedad bacteriana transmitida a través del agua, que en 1883 afectó a La
Laguna. Los laboratorios en 1963, estuvieron ubicados en la Farmacia Santos de
la Calle la Carrera, en la Farmacia Domínguez del cruce de la Cuesta y en la
farmacia de El Ramal en Tejina ya que como consta en las actas del ayuntamiento
pleno desde 1924, los núcleos poblacionales de La Cuesta y Tejina eran
claves en el control del agua de consumo público.
Fueron años en que concejales tejineros
especialmente activos como D. Manuel Glez. Glez. no dudaron en poner en riesgo
su patrimonio abandonando sus propios negocios. Por ejemplo, D.Manuel consiguió en esa época, que se construyese
una atarjea de nueve kilómetros y medio desde el Lomo Santiago hasta la Mesa
Tejina con lo cual permitía traer el agua del Portezuelo tan necesaria para los
cultivos de la zona.
La lectura de las actas del ayuntamiento
pleno de La Laguna dan fé de que el protagonismo político de este ramal de
carreteras que es Tejina no ha estado nunca acorde con su densidad poblacional
y eso se lo debemos al desinteresado trabajo de determinadas personas. D.Manuel
González (Manuel Matías) al que siempre se recordará como aquel que consiguió
traer con Julio “mutilado” la luz y el agua de consumo público a Tejina pese a
la actitud escéptica de sus mayores, se mostró tan activo como cuatro décadas
antes lo estuvo D. José Rodríguez Amador, D. Pepe Cruz, uno de los tres nombres
que D. José del Castillo propuso en 1951 para las tres calles principales de
Tejina. Junto al ya citado Pepe Cruz (el que trajo la luz) se eligieron a
Tomás Glez. Rivero (el comandante que se negó a disparar) y a Felipe del
Castillo (el más antiguo). Estas son aquellas personas que influyeron para que
con la ayuda del agua y la sorriba poder transformar un auténtico erial en un
campo productivo y fértil. Mientras tanto una sociedad lagunera tan ilustrada
como enrocada en su propia historia se veía incapacitada de resolver los
problemas políticos de una época turbulenta como pocas han habido.
La añoranza universitaria que me ha
provocado escribir estas líneas me hace opinar que frente a la descripción que
magistralmente hace Alejandro Ciorarescu en el prefacio de Mi Album de José
Olivera (1) de la ciudad de La Laguna del siglo XIX, la que había perdido a la
Universidad Fernandina,
Una ciudad extraña y crepuscular en la que los relojes parecen que están
dando las horas de los fantasmas; una laguna de aguas muertas, de
movimientos acompasados, de pasiones insignificantes, de repliegue sobre sí
misma
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