martes, 21 de abril de 2015

Militares, atalayas y fortalezas

Tejina, con su atalaya y sus embarcaderos se constituyó desde sus orígenes en un punto estratégico en la defensa y en el desarrollo de La Laguna que tuvo su momento álgido a finales del siglo XVIII, coincidiendo con la llegada de Nelson.

Cuando hace cien años se le denominó  a la Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial, no se tuvo presente que doscientos años antes hubo otra que también fue internacional y afectó a varios continentes, la Guerra de Sucesión al trono Español que concluyó con el tratado de Utrecht. Para España se convirtió en una auténtica guerra civil que acabó focalizándose entre los reinos de Castilla y  de Aragón y tuvo como coletazo final el asedio de Barcelona de 1714, la desaparición del Reino de Aragón y del concepto de monarquía federal de los Habsgburgo. Carlos II, el Hechizado, dio paso a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, el rey del Sol francés y por tanto a la nueva dinastía borbónica con el nombre de Felipe V. Toda Europa se estaba disputando las propiedades del ya decadente Imperio Español y los intereses comerciales con américa. En esta situación tanto Canarias como las colonias de ultramar se vieron más aisladas que nunca.

El siglo XVIII fue una época cargada de incertidumbres y pesadumbres para la población canaria como lo demuestra la veintena de rogativas que se produjeron en el siglo. A las continuas hambrunas derivadas de las sequías, se unieron las plagas de langostas, todo ello seguido de una sucesión de erupciones volcánicas nada usuales. La primera de esta erupciones se produjo en 1704 en Güimar, continuó con el de arenas negras de Garachico en 1706 que inutilizó su puerto y terminó con el de Chaorra o Narices del Teide. Estos fenómenos fueron generales tanto en Canarias, como en América, describiendo Anchieta una situación peculiar con el tsunami observado en Bajamar.

La incomunicación que se tenía con la metrópoli hacía que las ilegalidades estuviesen institucionalizadas de tal forma que el contrabando y la piratería eran situaciones cotidianas. A pesar de todo, el principal temor que se tenía era con el pirata berberisco. En 1702, de un total de 482 esclavos rescatados de las mazmorras argelinas 98 eran canarios. Era un sociedad violenta, donde el asesinato con arma blanca y el envenenamiento era lo que más se frecuentaba. José de Anchieta nos describió con todo lujo de detalles estas situaciones. En 1796 el tejinero Francisco Gabriel de Armas murió por ingerir sustancias venenosas, motivado por la relación que mantenía su mujer Antonia Hernández Armas con el criado Juan Galván. Ya se conocía por tanto la consecuencias que tenía el mal uso del aceite de ricino, extraido de las semillas del tartaguero (rininus comunis). Conocido desde entonces por sus propiedades purgantes y heméticas también se sabía de su fuerte efecto sobre el estómago.

El trato con la ilegalidad era por tanto moneda corriente para todos los estamentos sociales, no era extraño, por ejemplo, que una Capitanía General se trasladase a Tenerife por la mayor rentabilidad que proporcionaba el cultivo de la vid. Alvarez Rixo comentaba en “Hace un Siglo” de Prudencio Morales (1908) que habiendo embarcado 5 buques de guerra ingleses en el Puerto de la Cruz en 1808 el Marqués de Casa-Cagigal, Capitán General,  hizo acto de presencia en el puerto. Inmovilizando él mismo las embarcaciones y citando a  Napoleón bastaron 8.000 pesos para que todo quedara resuelto.

En esta situación de clara inseguridad parece desconcertante que la ciudad de La Laguna tuviese un diseño tan abierto sin aparentes barreras de defensa. La respuesta nos la da el mismo Leonardo Torriani, ingeniero militar encargado de las las defensas insulares en época de Felipe II.

“la ciudad está abierta por todas partes y no tiene ninguna clase de murallas para poderla proteger contra los enemigos, ni se ha pensado ninguna vez en fortificarla. Efectivamente, todas las defensas y fuerzas de estas islas deben estar sobre el mar, porque por otra parte el enemigo o no puede desembarcar sino en los puertos fortificados o que tienen guardia, o si desembarca en otros puntos, no puede emprender marcha ni a esta ciudad, ni a sus demás lugares y poblaciones. Además, por ser la ciudad tan grarnde y desordenada, costaría demasiado su fortificación, por más que sea débil y de poco bulto, de modo que no tratamos más de este particular”

Este concepto de fortificación en el mar lo podemos contemplar hoy en día en el Castillo San Juan Bautista, El Castillo  Negro  de Santa Cruz (junto al auditorio), uno de las cinco fortalezas que tenía este puerto para su defensa. A la sucesión de los castillos de San Francisco, San Cristóbal, del Cristo de Paso Alto y el torreón de San Andrés se añadía un sexto a la vuelta de las montañas de Anaga, el Castillo de Bajamar: La navegación de las embarcaciones  y su maniobrabilidad exigía seguir la dirección de los vientos de barlovento lo cual requería una invasión desde el norte, siendo la Mesa de Tejina  el mejor atalayero por tener visión directa con el otro extremo de la Isla, el puerto de Garachico.

La importancia de la Atalaya en la defensa de La Laguna lo atestiguan atalayeros documentados con nombres que nos suenan como Alexo Pérez (1620), Francisco González (1658) o José Hernández (1660). Estos puestos de vigilancia permitían la comunicación con Taganana y Santa Cruz a través de las atalayas del Sabinal, Tafada, Roque de Antequera y Punta de Anaga. El temor a desembarco inglés que se mantuvo durante todo el siglo provocó la construcción adicional de fortalezas que reforzaron esta línea de defensa, lo cual se materializó  con la construcción del  Castillo de Bajamar. Construido por el ingeniero Joseph Ruiz en 1771 formaba  parte de la batería de Tejina que capitaneaba Tomás Suárez de Armas, segunda generación de la saga de militares Suárez de Armas que iniciada por su padre Nicolás proveniente de Gran Canaria se asentó en Tejina a comienzos de siglo y la continuó su hijo Tomás Suárez de Armas y Delgado ya citado, su nieto Domingo Suárez de Armas y González y sus bisnietos  Gregorio y Juan Suárez de Armas y Morales.


Hubo en Tejina, por tanto,  una  tradición militar desde sus orígenes y continuó hasta el siglo XX, como aún nos lo recuerda el nombre de la calle en donde se ubicó el batallón desplegado por Franco tras la contienda civil. Tomás González Rivero hermano mayor de Adolfo, nieto de Tomás Glez. Rguez. fue Consejero del Cabildo y el primer presidente de La Música. Este comandante  después de una carrera militar intachable que le llevó por África y Puerto Rico decidió abandonar por negarse a disparar a la población tras la trifulca producida el Viernes Santo de 1893 (1) en Santa Cruz, al oponerse la población al decreto que hacía desaparecer la Capitanía General de Canarias ubicada en Tenerife y transformarla en una comandancia militar con centro de reclutamiento en Las Palmas. Se unieron por ese motivo tanto republicanos como monárquicos de Tenerife en plena epidemia de cólera morbo y estando como alcalde de Santa Cruz el farmacéutico de la Plaza de San Francisco, José Suárez Guerra. Mientras se decidía también en San Francisco el nombramiento como Diputado de León y Castillo. Recién nacido Alfonso XIII, María Cristina estaba como regente, Sagasta de Presidente del Consejo de Ministros en la época que se alternaban conservadores y liberales y se decidía el sufragio universal.

REFERENCIAS:


1.- Recuerdos del tiempo viejo: artículos publicados en la prensa de esta capital, B, Chevilly