miércoles, 30 de mayo de 2018

Hace dos siglos (II), Corazón de María






            Hace sólo unos meses nos dejó otro padre de un amigo, Victoriano Ríos, a quien tuve la oportunidad de entrevistar el año pasado. Me quedo con un gesto, el de su rostro de satisfacción cuando supo que no iba a preguntarle por él, sino por su padre.  Hace unos meses, me encontré también subiendo las calles del Realejo buscando a un coetáneo suyo.  Don José Siverio. De igual forma me quedo con su llegada, por su  preocupación de no estar seguro de si  estaría suficientemente documentado y a su despedida, “gracias por todo lo que he aprendido”. Son personas hechas de otra pasta, tienen la necesidad de enseñar porque a su vez necesitan seguir aprendiendo. A Siverio, cura en la actualidad de la ermita de San Sebastián del Realejo Bajo  le pregunté por qué  Tejina tenía fama de ser religiosa, la respuesta también me sorprendió. Tejina tenía fama de que los hombres iban a misa. Esta fama tiene que ser fruto de un trabajo bien hecho,  de una evangelización eficaz realizada  durante generaciones.
Nos encontramos investigando una época en Tejina,  lejana en el tiempo, pero que a medida la vamos conociendo se nos antoja muy familiar, sencillamente  porque las historias no hacen otra cosa que repetirse. Es  la época en la que Don Adolfo consideraba que se habían iniciado los Corazones de Tejina. Esta antigüedad tiene un gran valor, porque de ser cierta, la fiesta podría constituirse en una de las más antiguas de Canarias con carácter de continuidad. Su relación con la fiesta del Corpus parece inequívoca, el significado del doble corazón es, hoy por hoy,  mucho más interpretativo.



La conflictividad social del siglo XIX lo demuestra las cinco constituciones que tuvieron que ser aprobadas, pero interpretar la historia a través de sus pleitos sin hacer el más mínimo esfuerzo por contextualizarla la puede distorsionar. Ese siglo fue el del verdadero cambio, el del régimen absolutista al constitucional de las Cortes de Cádiz influido por la revolución francesa del siglo anterior. El reparto de poderes heredado de la Edad Media estaba aún vigente, clero, militares y el pueblo llano se lo repartían. Cada uno de ellos se vio en la necesidad de evolucionar y la Iglesia Ilustrada jugó un papel crucial. El clero canario fue una auténtica punta de lanza para la política que quiso ejercer Carlos III en el Nuevo Mundo. Fue la única diócesis de toda España que  dispuso de cinco obispos ilustrados y para la cual el realejero y archediano de Fuerteventura José Viera y Clavijo se convirtió en todo un icono. El Marqués de Nava siempre pensó en él como el primer Obispo canario, el mérito se le llevó Manuel Verdugo, el quinto obispo ilustrado.
No nos extraña, por ello, que se produjese pleitos como el  que mantuvo el párroco de Tejina, José Nicolás de León con la familia González y en concreto con su mayordomo Manuel Antonio González y que ésta se remontase en dos generaciones, a la de su abuelo José González Perera, alcalde y mayordomo a finales del siglo XVIII. La intervención de Francisco Carvallo, marchante de Luján Pérez, que había casado en Tejina con Francisca Rojas, la tía de Pepe Macana (José Rojas Martín), es ilustrativa cuando dice, en 1842 en plena revolución isabelina, que el juicio lo tiene que llevar a instancias superiores y fuera de la isla, por la influencia que el párroco ejercía sobre el pueblo. Nuevamente salía a relucir es argumento muy repetido de la “ignorancia” del pueblo llano al que tenía manipulado de párroco y que en realidad, lo único que escondía, era el temor de la nueva burguesía agraria a que el pueblo comenzase a estar convenientemente informado.




Si algo caracterizó desde el punto de vista católico a este siglo XIX fue sin duda la aprobación de la bula papal   Inefabilis Deus, dictada por Pío IX un 8 de diciembre de 1854, por la cual se aceptaba la imposibilidad de que a Virgen María hubiese nacido con pecado original ya que en su seno se había encarnado el hijo de Dios. El día elegido no fue casual, nueve meses antes de una tradición ancestral, la natividad de la Virgen María, el origen del año litúrgico bizantino. Esta aprobación fue la conclusión de siglos de debates dentro de la iglesia, no en vano la iglesia matriz de Tenerife está bajo su advocación, la Iglesia de la Concepción de la Laguna. Los cultos marianos y los sacramentales ya se daban en Sevilla durante la conquista de las islas. La hermandad y esclavitud de Nuestra Señora de la Concepción  data de 1533, e incluía los cultos marianos y sacramentales. Tuvo un fuerte carácter asistencial y una presencia femenina preferente, a las que se les refería como hermanas o dueñas. La constitución de la hermandad del Santísimo Sacramento fue posterior, en la segunda mitad de ese siglo XVI. Pero tanto el culto sacramental como el mariano fueron de la mano en sus orígenes porque ambos eran consecuencia del concilio de Trento que muchos consideran la contrarreforma protestante.
En origen, la forma de representar a la virgen era con el niño en brazos en una clara alusión a la maternidad divina y a la que se le llamaba la Concepción Franciscana. Fueron los aires del barroco la que les despojaron al niño de sus brazos.
Fue en siglo XVII cuando se acrecentó el debate concepcionista entre franciscanos que estaban a favor y los dominicos que eran sus detractores. En el siglo siguiente Carlos III, gran devoto concepcionista, elevó su prestigio tanto en España como en América.




En el siglo XVIII, en la iglesia de la Concepción de La laguna, se festejó el novenario del 15 de agosto que se culminaba el 24 de agosto día de San Bartolomé con procesión por la plaza del Santísimo, la Virgen y el Santo. La proclamación del dogma en 1854 ocasionó unos festejos el 14 y 15 de agosto de 1855 en el que el ornato de la iglesia adquirió un aspecto lujoso con colgaduras, doseles, luminarias  frontales de plata. Mientras que el exterior había colgaduras de las casas luminarias y faroles en la plaza, un arco de triunfo con una estrella de varas de colores que la remataban…. El cortejo iba acompañado por un grupo de niñas vestidas como de ninfas otras haciendo de librea y ángeles que tiraban flores al paso de la procesión, mientras cerraba una tropa de milicias provinciales con su banda de música [i].Estas novenas tenían especial fama en Tejina por coincidir con el Corpus que se celebraba el día del patrón. Nuevamente el día de las Vírgenes como novena del Corpus por San Bartolomé, devociones marianas y sacramentales.
La festividad de la Inmaculada Concepción ha tenido por tanto una gran incidencia en nuestra cultura hispana, no en vano es la patrona de España. También lo es del arma de Infantería  y de los farmacéuticos. El motivo de su elección en el caso de infantería fue la victoria in extremis que se obtuvo en Flandes frente a los Calvinistas durante la guerra de los ochenta años y para lo cual fue milagroso la congelación de los ríos en el monte de Empel un 8 de diciembre de 1585. El rey Carlos III, devoto concepcionista consiguió autorización papal en 1760 para el nombramiento de la Inmaculada Concepción para nuestra nación.
 En el caso de los farmacéuticos su elección es también anterior a la aprobación de la bula, comenzó siendo una devoción de las facultades. Los farmacéuticos siempre hemos querido creer que el concepto de purísima iba ligado al de pureza de los productos químicos que empleamos. Lo cierto es que el apoyo de los gremios de farmacia en 1854 a la bula desde  las recién creadas facultades terminó incluyendo en la ordenación de la facultad de farmacia la advocación a la Inmaculada Concepción y por mimetismo a toda la profesión.




En plena auge concepcionista surgió en La Laguna la cofradía del Santísimo e Inmaculado Corazón de María el viernes de Dolores de 1850. Se centralizó en Tenerife en el seno del monasterio de las Monjas Claras de La Laguna, en el altar de Nuestra Señora de los Dolores. Esta devoción  se había iniciado en la iglesia parisina de Santa María de las Victorias como iniciativa del papa Gregorio XVI. Tan solo dos años después, en 1852, estando como párroco Juan Espinosa y Salas se fundó la cofradía del Corazón de María en Tejina. Uno de los principales impulsores de la devoción fue el párroco Eduardo de Mesa, Don Fausto que ejerció en Tejina durante 38 años (1859-1897).  Don Fausto fue el continuador en la segunda mitad del siglo XIX de una devoción mariana que había surgido en el siglo anterior con el alcalde y capitán Don Tomás Suárez de Armas como mayordomo de la cofradía  de Nuestra señora de los Dolores (1776-1842) y que entró en decadencia al final de su vida coincidiendo con las políticas desamortizadoras.  Esta devoción que siguió creciendo tal y como podemos comprobar con la participación destacada de Tejina  en los actos conmemorativos del quincuagésimo  aniversario de la definición dogmática de la Purísima Concepción de La Laguna. En definitiva, destacan cinco párrocos en este siglo XIX que sin duda transmitieron esta devoción mariana. Los hermanos Quintero y Estévez,  el agustino José Nicolás de León, Juan Espinosa y Salas y Don Fausto, Eduardo de Mesa que con toda probabilidad utilizaron la devoción popular de los Corazones como herramienta evangelizadora. Un doble Corazón, uno pequeño y otro grande, que podría significar esa maternidad divina de María con el Niño Jesús, con siete flechas o banderas, tantas como dolores tuvo la Virgen, una ofrenda de pan y vino, de frutas y tortas, como tradición anterior incluso al cristianismo y que nos llega de oriente  y un ramo de flores en la parte superior como verdadero símbolo del origen cristiano, como lengua de fuego que se posa en la cabeza de los apóstoles.






1.       [i] La Laguna y su parroquia matriz. Estudios sobre la Iglesia de la Concepción. Juan Alejandro Lorenzo Lima.


martes, 22 de mayo de 2018

Camino de San Bartolomé (I), la isla tiberina






La prosperidad del imperio romano fue debida en gran medida a su capacidad para mantener unidas a todas su provincias. Tan importante era para el imperio las minas de estaño de Britania (Inglaterra), como las de sal de Dacia (Rumanía). Lo que marcó las diferencias con el imperio griego fueron sus vías de comunicación que eran claves para mantener esta unidad, y para lo cual, la flota y sus puertos eran fundamentales.  Subir en las barcazas por el río Tíber desde Ostia hasta Roma debía de impresionar a los navegantes. Se encontraban  de improviso con una isla en medio del río con forma de barco que se comunicaba con la ciudad por sendos puentes, los puentes de Fabricio y Cestio. Para los ya conocedores de la isla el efecto tampoco podía ser muy tranquilizador al tratarse de un espacio que aunque hospitalario también les recordaba  que era un lugar para el aislamiento  de la enfermedad y de la muerte. Esta isla Tiberina a la que se le conocía en  épocas paganas  como “Insula Aesculapii” se volvía tristemente visitada en épocas de peste.



Contaba la leyenda que en el año 293 a.C. Roma sufrió una terrible peste y después de dos años de sufrimiento se consultaron los Libros Sibilinos para encontrar un remedio en Epìdauro (Grecia), donde el famoso santuario de Asclepio tenía la serpiente viva convenientemente consagrada con las virtudes positivas de su veneno. A una delegación romana se le encomendó traer esta serpiente y cuando subían el río la serpiente escapó y arenó indicando el lugar donde construir el templo para la nueva divinidad griega. El santuario se convirtió entonces en una especie de hospital donde, después de la purificación del cuerpo, por la noche se procedía al “incubatio”, o sea un sueño profético que a menudo conllevaba una curación milagrosa. Con el cristianismo esculapio fue sustituido por los santos milagrosos en especial por aquellos a los que se le reconocían cualidades sanadoras como San Bartolomé que en Armenia había curado de epilepsia a la hija del rey lo que en la época se le consideraba una especie de exorcista. Entre las mismas columnas del templo de Esculapio en el siglo XI se erigió la iglesia de San Bartolomé de la Isla y con los rezos nocturnos se esperaba el milagro igualmente eficaz. La Iglesia fue edificada por el emperador Onorio III para recordar el mártir Adalberto, pero desde que se dedicó al apóstol San Bartolomé se acogen a enfermos y esta tradición ha continuado a través de los siglos, llegando a nuestros días. Las reliquias de San Bartolomé se encuentran custodiadas bajo sus columnas. Comenta la leyenda que siguieron todo un periplo marinero desde armenia protegida en cofres de plomo llegaron a la isla de Lipari, cerca de Sicilia y bajo la presión sarracena se trasladaron a Roma.



En la Edad Media la asistencia sanitaria que efectuaban los monjes proporcionaban hospitalidad y compasión más que verdaderas intervenciones terapéuticas. Fue en los monasterios donde se conservó el saber heredado del imperio romano y  la orden benedictina seguidora de San Benito de Aniano (750-821) la que compiló las diferentes reglas en la Concordia regularon basado sobre todo en la orden del Obispo de Hipona. Fueron los Benedictinos los responsables de las reliquias de San Agustín de Hipona que siguieron un periplo marinero similar a las de San Bartolomé, la presión sarracena trasladó las reliquias del santo a la ciudad de Pavía en el año 722 que se conservan en una caja de plata en la basílica de San Pedro in Ciel d`Oro. En 1213 se transfirió su custodia a los canónigos regulares de San Agustín que se consideraron desde entonces los herederos directos del estilo de vida del Obispo de Hipona considerando a San Agustín el pater cononicorum.



La entrada del nuevo milenio supuso cambios en todos los órdenes, se cree que la población europea llegó a duplicarse gracias a la falta de epidemias, benignidad del clima y mejoras en la producción agrícola. El estado feudal declinaba y se consolidaba las nuevas monarquías. La población se trasladó a las nuevas urbes surgiendo la burguesía como nuevo grupo social. El románico daba paso al gótico mucho más luminoso debido a que el peso de las techumbres ya no recaía sobre las paredes sino sobre las columnas, convirtiendo a las catedrales, vivienda del obispo, en el principal centro social. En este ambiente surgieron las órdenes mendicantes, que no eran ni eremitas, ni monjes, ni canónigos regulares que pretendían retomar el proceder y la forma de vida de los primeros cristianos abriéndose a la nueva sociedad. La formación monásticas dió paso a la escolástica y los monasterios pasaron a llamarse conventos. Así aparecieron autores mendicantes de la talla de san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino entre los dominicos o de san Buenaventura, Alejandro de Hales y el beato Juan Duns Escoto en la corriente franciscana.



El IV Concilio de Letrán quiso poner orden entre todos los grupos considerados como heréticos que surgieron. De igual forma quiso dotar de cierta organización a todos los grupos ermitaños, entre ellos a los de la región de Tuscia, que rebasaba  la actual Toscana y que junto con la de Siena llegaban a la misma Roma. En 1243 cuatro frailes solicitaron al Papa la unión de estos ermitaños bajo la regla de San Agustín. La orden se constituyó como tal en 1252 con el nombre primero de Hermanos Ermitaños de la Orden de San Agustín de Tuscia. Con el tiempo fueron los encargados también de la custodia de los restos de San Agustín de Pavía depositados en la basílica de San Pedro in Ciel d`Oro.
A partir del año 1500, la isla tiberina se convirtió en un auténtico centro hospitalario con médicos y laicos. Entre ruinas y epidemias apareció en la isla tiberina en 1527, un hombre nuevo con el deseo de llevar consuelo y alivio a las penas de los enfermos, se trataba del español Juan de Dios, fundador de la congregación de los Hermanos Hospitalarios, que se encargará del cuidado de los pacientes ingresados en la Isla de Esculapio