martes, 5 de abril de 2016

Enriaderos de Milán, utilísimo lino



Si alguna actividad humana tiene el valor de poder simbolizar a la historia, esta es el cultivo del lino. Con una antigüedad que puede duplicar al uso de la rueda hoy en día se  sigue considerando imprescindible en la industria textil. El lino no sólo ha logrado hacer historia sino que incluso la ha conservado, como nos lo demuestran los linos funerarios egipcios en donde se llegó a conseguir una finura en su elaboración que aún hoy en día es difícil de alcanzar.



El cultivo del lino es una actividad extraordinariamente laboriosa que en Canarias ha logrado permanecer hasta  nuestros días. Sus dos variedades, el lino cerrado (más endeble y delicado aunque de hebra más fina y suave) y el avertiz, se sembraban al vuelo en octubre y se recolectaban en abril o mayo.


A un cultivo exigente en irrigación y suelo, y delicado en cuanto al régimen de vientos se le unía todo un proceso en etapas. Se comenzaba con una inmersión en charcos llamados rías (o leres) y se seguía con un majado, agramado y rastrillado que permitía la extracción de la fibra vegetal seguido de proceso de blanqueado en la que se solía utilizar como lejía la ceniza de madera de higuera que colocándola sobre telas se percolaba con agua sobre las fibras.


Las propiedades de esta fibra vegetal se  deben a la gran capacidad que tiene de retener el agua y la facilidad con la que se desprende de ella, esto le confiere unas propiedades únicas de frescura para las prendas del verano. Pero su utilidad no se limitó a la vestimenta, así Viera y Clavijo refleja en su Historia Natural que las “utilidades del lino, nadie las ignora”[1]. 


Planta herbácea, anual, de aproximadamente 50 centímetros, con flores solitarias que suelen ser de color azul, se cultivaba en nuestras islas para obtener la fibra que se extraía tras la maceración efectuada en los enriaderos. Pero también se utilizaba su semilla, la linaza, de la que se extrae su aceite craso, bien conocido por los pintores y en farmacia por sus propiedades emolientes. Disminuye el ardor de orina, su leche o emulsión disminuye la tos catarral, la del asma y de la tisis. Utilizada externamente mitigaba los dolores hemorroidales.


Hoy en día sabemos que la linaza contiene gran cantidad de muscílagos y pectinas que le confieren propiedades emolientes y laxantes; además de sales minerales y lípidos de alto valor biológico (ácidos grasos esenciales) como ácidos alfa-linolénico, linoleico y oleico. También tiene tocoferoles. Por este motivo se recomienda en casos de extreñimiento crónico y en procesos inflamatorios de las vías digestivas, respiratorias y urinarias (gastritis, bonquitis y cistitis). Incluso en enfermedades inflamatorias crónicas y autoinmunes como en la artritis reumatoide. También es muy empleada en nutrición sobre todo en diabéticos por su bajo contenido en azúcares y altos de proteínas y lípidos, como anticolesterolémico y por su potencial poder antioxidante.


Esta utilidad del lino quedó reflejado en su nombre Linus usitatíssimum (utilisimo lino) y estuvo en el punto de mira de Carlos III, el ilustrado rey Borbón,  cuando quiso hacer renacer el prestigio español.




En 1775 se crearon las Reales Sociedades Económicas Amigos del País (RSEAP) que pretendían ser el motor de esta recuperación económica. Una de las conferencias inaugurales de la sociedad de Tenerife (RSEAPT) fue precisamente impartida por el médico Carlos Yanes versando sobre este cultivo y mediante la cual le fue concedido el premio del «Día del Rey» en junta de 29 de octubre de 1781[2] tras la Real Orden que pretendía impulsar esta actividad. Por este motivo su cultivo tuvo un auge de producción entre 1788 y 1789, manifestando algunos autores que “para las artes no hay otro cultivo que el lino”[3]  lo que puede dar idea del papel que desempeñaba junto a la lana en el abastecimiento de tejidos a la población.
Tejina contaba entonces con una producción de 500 libras y 20 telares que frente a las 82.000 libras de La Orotava y sus 1.200 telares[4] denotaban una actividad de autoconsumo. Sin embargo, ni en las islas, ni en las colonias americanas[5], ni en la península se pudo impedir que la competencia que ejercía la mejor calidad y el menor coste del lino procedente del extranjero, en especial de Holanda y de Rusia diesen al traste con esta iniciativa industrializadora. El aislamiento que siempre se ha sufrido en las islas ha hecho que esta actividad se haya mantenido hasta nuestros días en la isla de La Palma.




[1] Viera y Clavijo, J. Diccionario de la Historia Natural de Canarias.
[2] Romeu Palazuelos, E. “1776-1800. La Económica a través de sus Actas”.
[3] Geisendorf-Desgoutes, 1994
[4] Rodríguez, J.C. El Lino su manufactrura en Canarias.

[5] Serrera  Contreras, R.M. Lino y Cáñamo en Nueva España

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