miércoles, 28 de agosto de 2019

Tejina, cruce de caminos





Un año más celebramos la fiesta de nuestro santo patrón, San Bartolomé, una devoción temprana heredada del medieveo. Tejina, tiene por ello más de 500 años de una historia que requiere ser rescatada, interpretada y sobre todo divulgada.

Sin duda nuestra realidad física siempre nos condicionó. La rotación de la tierra se imponía y escogimos el camino lateral, el que nos llevaba de oriente a occidente, utilizando a nuestra estrella sol como principal señuelo. Es el camino natural, el que buscaba los nuevos pastos, el sustento. De esta forma se creó el Camino de Santiago sobre las piedras de otro más antiguo que veneraba las estrellas del Finisterre, origen de lo que hoy conocemos como Europa. Sobre ese camino se plantaron árboles para dar sombra al caminante y sobre sus raíces surgieron nuevas obras de madera y piedra que jalonaron y dieron vida al camino.

Nuestra realidad insular es algo diferente y el camino natural nos lo impusieron los vientos alisios, aquellos que permitían el tornaviaje y nos unía a nuestras islas hermanas, Cuba y Puerto Rico. Tenerife y Cuba formaron parte de dos extremos de una misma ruta que acercaba tres continentes. Sus puntos de aguada dieron lugar al Camino de San Bartolomé en la época dorada de iberia, aquella en la que yendo Portugal y España de la mano, al Atlántico recibía el sobrenombre del “Mare Clausum”, el mar cerrado, en el imperio  donde nunca se ponía el sol.

Si los caminos de este a oeste constituyeron el camino natural los que unen el norte con el sur se me antojan los aventureros, los que tomaron Cook en su búsqueda del polo norte o Livinstong para adentrarse en el  África profunda. Unos y otros, ésos caminos terminan confluyendo y en sus cruces, allí donde el árbol lograba enraizar, surgiría la civilización que siempre necesitó grandes dosis de pragmatismo que le evitasen tomar los senderos que conducían al abismo. Tejina, a igual que Canarias, cruce de tres continentes  debió de estar destinada a grandes logros como lo fueron Singapur o Estambul y pese a ello, caímos sumidos en un estancamiento sin parangón. Fueron nuestras diferencias muchas de ellas inducidas desde la metrópoli las que nos desgastaron hasta el astío. Conocer la historia nos permite alejarnos para tener una panorámica más global y poder entender nuestra existencia. Desconocerla, por el contrario, nos convierte en carne de cañón de manipuladores y falsos profetas.







La leyenda aurea nos describe como San Bartolomé y San Agustín iban de la mano. Fue San Ambrosio el que convenció a San Agustín para que abandonase sus tendencias maniqueas y el que le comentaba que sólo San Bartolomé equiparaba en importancia a San Pablo.

A ambos santos nos lo encontramos en Londres en la rivera del río Thámesis y de la mano de los agustinos de la iglesia de Gracia en Lisboa  llegaron a la Iglesia San Agustín en Laguna. Las tierras de los Llarena y de los Grimón, en la confluencia  de los barrancos del  Infierno con Las Cuevas sirvieron a los Dominicos para erigir una ermita con un santo de su devoción, San Gonzalo. Hacia la costa tenían en cambio los agustinos su particular huerta en Tejina bien irrigada con las Aguas de Dios y cerca del Puerto de San Bartolomé.

Este trayecto de Lisboa a La Laguna lo siguió también Leonardo Torriani, el principal ingeniero de Felipe II. En plena preparación de la guerra contra el Inglés fue enviado para reforzar nuestras defensas sin recibir la colaboración requerida por parte del Concejo lagunero. Así, algo desorientado instaba al Cabildo que hubicara la situación del puerto de San Bartolomé al comentar que le había llegado rumores de que “entre la punta del Ydalgo y la de Naga ay un puerto o plaia de la Madera a donde con mucha facilidad y bonanza puede desembarcar mucha jente de golpe y venir marchando a esta Ciudad …” Quien sabe si fruto de esa desorientación confundió el nombre de la ciudad a la que denominó San Bartolomé.

La tradición ermitaña de los agustinos les había hecho aventurarse por tierras africanas con anterioridad a su asentamiento en Canarias. Allí se mantienen, a día de hoy, los restos venerados de Bartolomé el santón agustino ya descritos por diferentes historiadores, en la ribera del río Assaca que como bien decía Viera sólo distaba 19 leguas de Fuerteventura.





Las arenas del desierto se prestan a estas historias en la que se entremezcla la realidad con la ficción pero hacer desaparecer bajo las mismas una población de 30.000 habitantes como era la de Tagaost se me hacía muy dificil de entender. Fueron los funcionarios consulares españoles que aún mantenemos en el Aiún los que me facilitaron la labor de búsqueda. Lo que no esperaba encontrarme era parte de nuestra historia, la del Sahara Español, congelada en el tiempo donde el color de banderas andalucíes sustituían el blanco original y donde un francés muy  internacional, Antoine de Saint-Exupéry adquiría el mayor protagonismo. El piloto del “Principito”, ese que se instaló en Punta de Juby porque durante un tiempo trasportaba el correo siguiendo la ruta Tolouse-Tetuán-Sahara-Senegal, comenzó su carrera literaria en esos parajes y es el mejor ejemplo de que esos cruces de camino, esas rutas de norte a sur, se han perpetuado a lo largo de los siglos. Tejina no haría mal recordando una de sus frases más reconocidas


"No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos"


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